En primer lugar, queridos amigos, me vais a permitir la licencia de contaros mi experiencia. A mi casa nunca han venido los Reyes Magos. Venía Weinachtsmann (Papá Noel) el 24 de diciembre por la tarde y ya. En cualquier caso, ambas costumbres comparten los mismos elementos.

En uno de los primeros artículos de La Mente en Claro, propusimos una serie de conductas o pensamientos que se asocian con el bienestar emocional y la felicidad. Para ahorraros tiempo y consultas, os adelanto: en ningún momento aparecen los regalos o elementos materiales. Sin embargo, en una noche como la pasada, si Sus Majestades los Reyes Magos trajeran abrazos y contacto social a nuestros hijos (incluida la pandemia), tendríamos un estupendo problema entre manos.

Empecemos con algo que nos haga pensar un poco. El sistema actual nos sitúa en una posición de consumo y competitividad donde prima el individuo. Cuanto más aislado y más consuma, mejor. Una vez estamos ante los regalos, aparecerán de una u otra forma elementos de comparativa, frustración, alegría… Pero lo que es seguro que aparecerá es la adaptación hedónica, es decir, nos acostumbramos al juguete al poco tiempo. Sí, aunque sea un IPhone 85 Turbo.

Síndrome del niño hiperregalado

Por otro lado, existe una relación directa entre la sobreprotección, en forma de cascada de regalos, y lo que se denomina el síndrome del niño hiperregalado. Muchas veces, incluso de manera bienintencionada, queremos (Los Reyes) demostrar a nuestros hijos cuánto los queremos con algún regalo (en ocasiones, para compensar nuestras ausencias).

Colmar de regalos a los más pequeños puede generar actitudes consumistas, hiperexigencia o frustración si no reciben aquello que demandan. La acumulación de regalos promueve una sobreestimulación, que infiere en la capacidad de atención y concentración, así como comportamientos caprichosos y egoístas (futuros narcisos neuróticos). En este sentido, los Reyes tienen la obligación de conseguir que no se adueñen de los niños valores como la inmediatez o el consumo masivo.

La inevitable comparación

Los niños van a comparar sí o sí los regalos con sus amigos y compañeros del colegio. La teoría de la comparación social (Festinger, 1954) establece que las personas evaluamos nuestras propias opiniones, capacidades y habilidades comparándolas con las de los demás. Normalmente, este tipo de comparaciones se hacen, desde un punto de vista evolutivo, para nuestra propia mejora. Sin embargo, cuando se convierte en una pulsión, puede tener consecuencias negativas sobre nuestra confianza, porque las hacemos con quienes consideramos mejores e inalcanzables.

Las comparaciones aparecen de una forma natural y automática desde nuestra infancia. De hecho, permiten que vayamos dando forma a nuestra identidad. A pesar de ser una construcción natural, no impide que tengan un impacto notable en nuestro bienestar emocional.

En la mayoría de las ocasiones, las comparaciones nos harán sentir peor que mejor (Baumeister, Bratslavsky et al, 2009). En los más pequeños también aparecen este tipo de estructuras. De tanto compararse, alcanzan la situación en la que el estatus sociométrico (el respeto y admiración que recibimos de los demás) es más importante para nosotros que nuestro propio estatus socioeconómico (Anderson, Kraus, Galinsky y Keltner, 2012).

Las expectativas

Pero, aunque no comparasen, aparecen las expectativas. En demasiadas ocasiones éstas tienen más que ver con un imperativo social o la educación recibida que con nosotros mismos, por lo que no nos resulta sencillo deshacernos de ellas. Sencillamente, cuanto mayor es la expectativa, mayor es la probabilidad de que la felicidad decaiga con el paso del tiempo. Ante las expectativas de los más pequeños, varias publicaciones nos pueden orientar: los efectos de recibir regalos ni duran tanto, ni son tan intensos.

Entonces, ¿qué podemos hacer y regalar? Evidentemente, lo que cada uno quiera y estime que está acorde a su escala de valores, capacidad económica, reforzadores en la educación… Pero existen algunas ideas que pueden ayudarnos a promover un consumo adaptado a las necesidades de los pequeños, fomentando relaciones sociales y experiencias que aumenten su capacidad de relacionarse, gestionar situaciones, planificar…, que es lo que les va a demandar la vida adulta.

Algunas ideas

  • En un paso previo, podemos orientar y guiar en el proceso de escribir la carta: explicar los límites, que tal vez no traigan todo, promover el altruismo…
  • No tenemos la receta mágica de qué es un buen regalo. Sin embargo, suelen tener características comunes: algo que deseen y puedan compartir.
  • Es importante no proyectar nuestras expectativas o ambiciones sobre los más pequeños de la casa. Es posible que no quieran ser astronautas y ni tener tablets y simplemente quieran su superhéroe o la camiseta de un jugador de fútbol para ir al parque y poder compartirlo.
  • Aplazar y disfrutar en pequeñas dosis.
  • Las experiencias sitúan a nuestro bienestar a un nivel mayor que el consumo de cosas materiales (Van Boven y Gilovich, 2003). Las experiencias son construcciones sociales que no admiten comparación y pueden, incluso, volverse más positivas con el tiempo. Además, lo material no cambia después de haberlo comprado, la persona, sí.

En definitiva, no tenemos la receta para el regalo perfecto, pero sí sabemos que aquellos regalos que promueven la empatía, el compartir y la creatividad pueden sentar algunas de las bases de la estructura que nos forma a lo largo de nuestro desarrollo.

Sólo nos queda disfrutar de sus caras y desearos lo mejor en este año 2022.