John Kennedy Toole afirmaba en La conjura de los necios que la vida se puede recorrer por dos caminos, el bueno y el malo. Pero, creía que realmente eran tres: el bueno, el malo y el que te dejan recorrer.
En un estudio publicado por Kessler y colaboradores en el año 2005, casi la mitad de los encuestados afirmaron que alguna vez a lo largo de sus vidas habían tenido síntomas que se ajustaban a la definición de alguna enfermedad mental, con la duración y efectos incapacitantes del trastorno en cuestión.
Líderes mundiales en el consumo de ansiolíticos
En España, la situación no es mucho mejor. Nos colocamos como líderes mundiales en el consumo de ansiolíticos, habilitando teléfonos para la prevención del suicidio y un largo etcétera. A pesar de ser elementos multifactoriales, no podemos esconder la cabeza bajo tierra responsabilizando a los individuos de no saber gestionar sus emociones. Algo está sucediendo y estamos viviendo, en primera fila, circunstancias que dábamos por superadas como guerras o pandemias.
Un estudio longitudinal (Myers, 2001) mostraba cómo había cambiado qué es lo que la gente considera más importante para llevar una vida plena. De, prácticamente, un 90% de individuos deseando desarrollar una filosofía de vida significativa a finales de los años 60, se pasó a cerca de un 70% a principios de este siglo en el que la gente tenía como primera opción el situarse bien económicamente.
Vivimos con niveles de ansiedad y tristeza inimaginables hace pocas décadas
Si revisamos el crecimiento económico, desde el punto de vista de la disponibilidad de recursos, deberíamos vivir con comodidades y lujos sin precedentes. De manera paradójica, vivimos con niveles de ansiedad y tristeza inimaginables hace pocas décadas. Vivir mejor que las generaciones anteriores debería significar que tenemos menos motivos de preocupación respecto a nuestros antepasados o a países aún en desarrollo. Pero, ¿es siempre positivo el aumento de recursos?. A mediados de los años sesenta había en Madrid unos 400.000 vehículos. A mediados de los noventa, más de un millón y medio. En Madrid, el 39% de los ingresos hospitalarios se deben a problemas cardiovasculares; y el 13% de los respiratorios se asocian con la intensidad del tráfico (Navares et al. 2020).
En Reino Unido, país referencia en lo que a políticas liberales se refiere, un estudio del King College de Londres, publicado en 2006, constató que los adolescentes tenían más problemas (concretamente dificultades emocionales graves) que los adolescentes veinte años antes (Collishaw et al., 2010). Actualmente, según la consultora Personio, cerca de la mitad de la población activa está planteándose abandonar su puesto de trabajo en un plazo de 6 meses a un año por la ausencia de conciliación y por considerar, directamente, el lugar de trabajo como algo tóxico.
En este clima no es de extrañar que individuos con trastornos de la personalidad lleguen a lo más alto de las organizaciones, medrando a expensas de los demás (Snakes in Suits, Robert Hare). Basándose en el Cuestionario de la Personalidad Narcisista, se realizaron estudios entre 1982 y 2006, apareciendo un aumento del narcisismo a lo largo del periodo. En concreto, un 30% más en 2006 (Twenge et al., 2008).

Entonces, ¿Vivimos mejor o peor que antes?
No es casualidad que todo esto haya pasado a partir de finales de los años 70. La época actual ha propuesto al individuo como centro de toda la actividad, generando enormes desigualdades dada la ausencia del sentido de comunidad. Romantizamos épocas pasadas cargadas de nostalgias y ausencias. Actualmente, la desigualdad genera problemas de salud mental y configura las actitudes de los individuos hacia los demás en forma de distancia física y social. Es el fin de una época.
El periodista británico Will Hutton presentó, en The Guardian (2016), un artículo mostrando cómo a principios de la década de los ochenta, el 4% de los estadounidenses padecía un trastorno mental asociado a la ansiedad. Hoy lo padece, según este artículo, la mitad de la población. Otros estudios hablan de un aumento de la ansiedad de un 600% (Zimbardo & Henderson, 2010).
Si la ansiedad ha crecido, a pesar del aumento del nivel de vida, cualquier intento de identificar las causas debería fijarse en la vida social antes que en las dificultades materiales. En promedio, los niños estadounidenses de la década de los ochenta afirmaban haber tenido más ansiedad que los pacientes de psiquiatría infantil de la década de los cincuenta (Twenge, 2000). Hablamos de una época en la que la producción capitalista fue difícilmente mejorable (recuerden los coches o neveras de aquellas épocas a ver si pasaban por tantos servicios técnicos); y los primeros años de una guerra que asoló Europa con estimaciones de entre 50 y 100 millones de fallecidos.
Aparece necesariamente el cuestionamiento del sistema actual en comparación con nuestra generación anterior (facilidad de acceso a la vivienda, natalidad…); y la manera en la que hemos abandonado la vida en comunidad, apareciendo, necesariamente, un empeoramiento de nuestro bienestar emocional acorde a los datos de los que disponemos.
¿Alguien tiene tiempo de sobra para poder sentarse con alguien una tarde a debatir sobre este artículo (o sobre lo que sea) tomando un café?
Abrimos este debate…