No hay nada como una reunión de antiguos alumnos para darse cuenta de cómo la vida nos lleva por caminos distintos a pesar de toda una educación en común. Uno puede pasarse diez años compartiendo aula y experiencias con un grupito de amigos, que bastan dos años de carrera para que todo aquello que nos unía desaparezca y seamos todos, de repente, unos completos extraños para el resto.

A mí me bastó un verano de frenesí adolescente en Francia. Volví tan cambiado, hice un viaje interior tan grande aquellos dos meses, que nada de lo que en junio me parecía normal podía ya soportarlo en septiembre. Sobre viajes interiores pienso a menudo cuando en la librería me piden libros para niños de doce años que sean muy masculinos «porque si no, no empatizan», o novelas interesantes pero en las que no aparezcan personajes extraños, “gays y esas cosas raras, tú ya me entiendes”.

Llega un momento, cuando tu viaje te ha llevado lejos en la defensa de la igualdad, que ciertas peticiones directamente ni las entiendes. Te quedas bloqueado, y ya no tanto por el escándalo que supone la expresión natural de la homofobia o del estereotipo de género, sino porque no entiendes las palabras. Es un idioma extranjero. Tu viaje te ha llevado a un país desde el que, a veces, directamente no entiendes las palabras de quienes no hicieron ese viaje contigo y en ciertos temas prefirieron quedarse cómodamente en su sofá.

Viajes que te cambian la forma de ver el mundo

Hace unos días, en la Feria del Libro de Madrid, hice un viaje exprés al activismo feminista profesional gracias a M., una librera prodigiosa. A los cinco minutos me sorprendí a mí mismo declarando en público que, a pesar de la barba, yo siempre he sido un poco señora, y la divertida naturalidad con la que las tres o cuatro desconocidas acogieron mi confesión, me confirmó que se puede viajar muy lejos en poquísimo tiempo si encuentras la compañía adecuada. Aunque lo que se contaba en aquella caseta me resultaba muy familiar, sentí en cada una de las palabras de M. que, por aquel camino, ella había ido mucho más lejos de lo que probablemente yo iré jamás, y me quedé escuchándola con la muda fascinación con la que cualquier persona curiosa mira hacer algo que nunca podrá hacer. A veces basta un poco de curiosidad (y buscar la compañía de personas interesantes) para viajar a lugares que te cambian la forma de ver el mundo y de los que ya no quieres volver.

Adultos que no quieren viajar

Mi trabajo, inevitablemente, me obliga a volver. Me obliga a recomendar libros muy masculinos para niños o novelas muy heterosexuales para adultos que no quieren viajar. No es difícil, la mayoría de la literatura, y mucha literatura excelente, encaja como un guante en los estereotipos de siempre. Como decía recientemente en Twitter Alana S. Portero a raíz de la “pereza” con la que ciertos lectores estaban acogiendo su libro, La mala costumbre: “es sorprendente que lo universal, lo «identificable» sea un alférez austrohúngaro de Schnitzler (escritor inmenso) y no una chavala de clase obrera cagada de miedo pero aferrada a la esperanza que afronta su vida como puede, habla de sus vecinas, familia, amigas, fetiches pop y mitológicos, y además, resulta ser trans”. Pero, ciertamente, la necesidad de identificarse con los personajes literarios es universal y común a casi cualquiera que viene a la librería a por recomendaciones. Y no tiene tanto que ver con que los personajes se parezcan a ti, sino con que encajen en lo que te resulta familiar o moralmente aceptable.

Todos los libreros y libreras nos adaptamos, por más que nos cueste a veces comprender ciertas palabras. Es nuestro trabajo. Aunque yo, que soy un poco señora, procuro interpretar el género y la orientación sexual en la literatura con toda la fluidez que ambos constructos se merecen. Hasta ahora, tras más de una década, apenas ha habido queja. Y quién sabe, a lo mejor alguna recomendación mía ha hecho viajar a alguien a una tierra desconocida desde la que ya no le apetece volver.

Portada del libro debut en novela de Alana Portero, ‘La mala costumbre’. SOCIEDAD CULTURA SEIX BARRAL