Iván, uno de los protagonistas de la obra Los Hermanos Karamazov de Dostoyevski afirmaba “si Dios no existe, todo está permitido”. Las redes sociales se inundan con argumentos a favor de aumentar la presencia policial o el número de sanciones impuestas como forma de control y solución a cualquier problema.
Desde un punto de vista estrictamente conductual, es posible que esta opción sea eficiente en determinados momentos (véase el programa Zero Tolerance impuesto en Nueva York por Rudolp Giuliani). Sin embargo disponemos de un sinfín de estudios en los que comprobamos que no siempre se cumple esta relación aparentemente directa. Por ejemplo, en los botellones o disturbios con miles de personas.
Siendo Meet Las Rozas un medio de ámbito local, podemos aplicar este razonamiento a escenas más cotidianas con las que nos encontramos. Si revisamos la variación de infracciones respecto al año 2019 (2020 no es representativo), vemos datos esperanzadores en términos relativos con disminuciones del 20% en hurtos, del 40% en robos con fuerza y del 20% en robos con violencia. Sin duda se trata de unos buenos datos que demuestran que algo se está haciendo. En cambio, nos desquicia encontrarnos con coches en doble fila de manera constante o colchones tirados teniendo a nuestra disposición puntos limpios. ¿Entonces?

El experimento de Zimbardo
Un experimento llevado a cabo en 1969 por el psicólogo e investigador de la Universidad de Standford, Philip Zimbardo, dio lugar a la Teoría de las Ventanas Rotas elaborada por James Wilson y George Kelling (Wilson y Kelling, 1982). De manera esquemática, si en un edificio aparece una ventana rota y no se arregla pronto, inmediatamente el resto de las ventanas acabarán siendo destrozadas y es posible que entren en el edificio si parece abandonado.
El motivo es que la ventana rota envía un mensaje de que nadie se ocupa del cuidado del edificio, contagiándose las conductas inmorales que, finalmente, rompen las relaciones de convivencia. Lo interesante es poder extrapolar estas conclusiones a otros ámbitos: pintadas, basura, organizaciones, evasión fiscal…
Para llevar a cabo el estudio, Zimbardo decidió dejar abandonado un coche en el Bronx y ver qué sucedía. Como era de esperar, a los diez minutos el coche empezó a ser desvalijado y a los tres días no quedaba nada de valor, habiendo quedado completamente destrozado. Sin embargo, el experimento no acabó ahí.
El mismo proceso de abandono del mismo vehículo se hizo en una de las zonas más ricas y tranquilas de los Estados Unidos: Palo Alto, en California. Durante la primera semana, el coche se mantuvo intacto. En ese momento, Zimbardo decidió romper las ventanas y dar algunos golpes para que el coche pareciera tener un estado de abandono. Los habitantes de Palo Alto se cebaron con el coche a la misma velocidad que en el Bronx.

Conclusiones
De este tipo de estudios podemos extraer algunas conclusiones oportunas:
- La no reparación inmediata de un daño emite un mensaje a la sociedad: la impunidad se permite. Un dicho alemán lo ilustra de otra forma: cuando el gato se va, los ratones bailan en la mesa.
- No existe relación directa entre la riqueza del municipio y los actos vandálicos en el sentido que pensamos.
- Mantener el entorno en buenas condiciones puede provocar una disminución del vandalismo y reducir las tasas de criminalidad. Una de las mejores estrategias para prevenir el vandalismo es actuar sobre los problemas cuando aún son pequeños.
- La policía o cualquier autoridad local debe favorecer la comunicación comunitaria. Es decir, un control informal teniendo en cuenta la idiosincrasia de cada zona o población. Además, al sentirnos más seguros, mejora nuestra percepción de la policía.
- El riesgo de no poner estas medidas en marcha a tiempo es la aparición de escudos morales en forma de legalidad y regulación que favorecen prácticas discriminatorias direccionadas hacia los barrios más desfavorecidos. Recordemos las restricciones de movimiento en plena pandemia.