Hace más de dos mil años, Sócrates ya dijo de la juventud ateniense que era maleducada, despreciaba la autoridad, no respetaba a sus mayores y chismeaba mientras debería trabajar. Más cercano en el tiempo, hace unos cincuenta años, Aretha Franklin sólo pedía un poco de respeto al marido cuando llegaba a casa. Cada generación piensa que tiene más respeto que las venideras. Así que, aunque nos lo pueda aparecer actualmente, nada nuevo bajo el sol, queridos lectores de Meet Las Rozas.

Que los comportamientos de los demás puedan molestarnos es algo completamente normal. Sin embargo, la situación actual hace que más de uno nos podamos plantear qué ha sido del respeto, las normas de cortesía, la empatía auténtica y cómo hemos llegado a aceptar esta nueva relación entre las personas. Hemos pasado de levantar la mano y hablar de usted a los profesores a que una de las causas más comunes de sus bajas laborales sean la ansiedad y la depresión. Conviene en este punto diferenciar de manera nítida entre autoridad y autoritarismo. La autoridad es necesaria en todas las etapas de nuestra vida (principalmente en la infancia), aparecen límites, pero también confianza y afecto.

Autoridad en crisis

Desde la visión freudiana, la autoridad conducía a una especie de servidumbre voluntaria que perpetrábamos en nuestro día a día. Hace algunos años, la mayoría normas eran reconocidas socialmente (además de innegociables) e interiorizadas. Algo que debía ser respetado normalmente en forma de padres, profesores e instituciones. Actualmente, los padres y madres podemos llegar a sentimos desorientados por la cantidad de información de cómo educar a nuestros hijos. En las sociedades digitales hay un exceso de información y una carencia de conocimiento.

A medida que la sociedad se abre de forma heterogénea, los límites se difuminan y empiezan a aparecer los criterios individuales, siendo más complicado detectar qué es una falta de respeto y qué no lo es. Sin embargo, aparece un diagnóstico común: la autoridad está en crisis y la pandemia acelera esta decadencia. Entendemos la libertad como el sálvese quien pueda o tenga frente a la cohesión comunitaria. Basta recordar los primeros días de confinamiento cómo cada uno arrasaba como podía en los supermercados.

Qué es el respeto

Por mucho que creamos que nos parecemos unos a otros, cada persona tiene un mundo de significados internos intransferibles. Todos conocemos el dicho de no empezar la casa por el tejado, sino sobre unas bases y cimientos firmes y sólidos. De igual forma se cimentan las bases del respeto en las familias y en la sociedad, creándose lazos con el otro, visto como un igual en todo momento.

El respeto se basa en una mirada atenta al otro, reconociendo su dignidad. No se trata únicamente de tolerar o no, sino de acercarnos, entender y, finalmente, aceptar y tener en cuenta a la otra persona de manera completa, incluyendo sus diferencias sin pretender que sea de otra forma (normalmente, la nuestra).

El respeto es una actitud que favorece y promueve que las relaciones interpersonales sean satisfactorias por ambas partes. Recordemos que las relaciones sociales son imprescindibles para poder desarrollar nuestra identidad. Es una de las bases de la moral y de la ética, de toda relación entre seres humanos. Es la esencia de una vida en comunidad.

Aunque todo esto parezca de una extraordinaria simpleza y sentido común, el comportamiento social actual ha normalizado las faltas de respeto independientemente de las posiciones de poder. Lo que hace unos años era moneda de cambio común, ahora nos parece impensable. La línea actual que separa lo tolerable de lo intolerable se ha vuelto borrosa y las estructuras jerárquicas han quedado difuminadas. Hace no tanto tiempo, si hacías alguna travesura en el colegio, las broncas iban en la misma dirección por parte de profesores y padres. Hoy, las situaciones se han dado la vuelta, convirtiéndose en conflictos bidireccionales.

Por qué ahora hay más faltas de respeto

Aversión a la pérdida, comparativa social, reforzadores o pulsiones podrían ser explicaciones o factores psicológicos. Precisamente, por respeto y tratar de amenizar la lectura, lo expondremos desde una visión que todos podamos compartir y debatir. Por ejemplo, estos días hemos sido testigos directos de cómo un deportista infectado por Covid falsificaba un visado de acceso y acudía a ruedas de prensa sabiéndose contagiado para poder jugar un campeonato de tenis. Según lo expuesto, ¿debemos respetarlo? Aquí van algunas explicaciones:

En primer lugar, todos necesitamos una identidad de grupo, es decir, tener la seguridad de formar parte de algo más grande que nosotros mismos, de trascender.

Aunque parezca una respuesta común a demasiados males endémicos que nos rodean, el sistema económico y social es uno de los facilitadores de estas situaciones. Características como el egocentrismo campan a sus anchas en todos los contextos posibles. Cuando todo gira en torno a uno mismo, es inevitable que se sienta la opción de despreciar todo lo demás.

Por otro lado, aunque con el egocentrismo como telón de fondo, la necesidad compulsiva de conseguir elementos materiales o simbólicos de distinción (estatus sociométrico), implica un vacío de valores y de rituales. Lo que queremos (por el motivo que sea) lo queremos de inmediato y a cualquier precio (independientemente de quién y qué se pierda por el camino).

Contagio social

La pérdida del respeto y de los roles familiares pueden llevar al distanciamiento emocional, a la desconexión, los conflictos constantes e, incluso, a la violencia. Pero las personas no brotan en un sistema como si fueran champiñones después de la lluvia. El modelo de transferencias de creencias educacionales es uno de los principales factores en los que se sustenta la falta de respeto actual.

Por último, aunque no menos importante, mencionar el contagio social. Si acumulamos horas de televisión y redes donde predomina y se fomenta la falta de respeto, entendemos que es algo habitual que no tiene consecuencias. Sin embargo, normalizar algo no quiere decir que sea algo noble o recomendable.

Además de los factores mencionados, finalizar con una reflexión del lingüista Noam Chomsky, que proponía un cambio de modelo mundial, pero sabiendo como es el actual. De algún modo, siguiendo las palabras atribuidas al activista Patrick Geddes, Think Global, Act Local, es decir, pensar en global, pero actuando localmente.

Empecemos por nosotros mismos y nuestro entorno más cercano.