En 2021, el periódico Wall Street Journal sacó a la luz una documentación interna de Facebook en la que se mostraba cómo Instagram provocaba problemas de salud mental entre los usuarios de menor edad. El 32% de las adolescentes confirmaron que cuando se sentían mal con sus cuerpos, Instagram les hacía sentir aún peor. Más allá de lo preocupante de los datos en sí mismos, lo interesante de este escándalo es saber que la empresa era perfectamente conocedora de esta situación y no hacía nada por cambiarla. El primer presidente de Facebook, Sean Parker, afirmaba que el objetivo era aumentar la cantidad de tiempo en un bucle de retroalimentación de validación social; se conseguía a través de un fenómeno denominado FOMO (Fear Of Missing Out), el miedo a perderse algo o sentirse fuera dado el constante bombardeo que recibimos.

Según un informe publicado por We Are Social, la mitad de la población mundial es activa en redes sociales. En España se supera el 80%. Sin embargo, de forma paradójica, más del 80% de los tweets están generados por apenas el 10% de los usuarios (Hughes et al., 2021), apareciendo una tendencia a agrupar a personas que piensan de forma similar sin distinguir lo real de la mentira.

Hiperconectados

Actualmente llevamos nuestro smartphone y con él las redes sociales a todas partes, delegando nuestra mirada hacia el mundo en un pequeño aparato. Este estado de hiperconexión y de continua accesibilidad no se diferencia demasiado del estado de servidumbre, salvo que, en este caso, la llevamos a cabo de forma voluntaria. Creemos ser libres dado el constante flujo de información y datos a nuestro alcance. En realidad estamos completamente explotados y vigilados cada segundo de nuestras vidas, transformando al otro en un objeto de consumo que reclama respuestas inmediatas en forma de like.

El sistema actual hace que estemos todos muy juntos, pero agonizando por elementos de soledad. Eso provoca que los responsables de las compañías tecnológicas se froten las manos. En las redes sociales, únicamente prestamos atención a aquello que es accesible de forma inmediata, sin tiempo para la reflexión de una lectura detenida o cualquier elemento que nos exija un mínimo de tiempo. Aparece así una ceguera social con enormes pérdidas de valor individual y colectivo que refuerzan nuestros propios sesgos. Las redes contribuyen a nuestro malestar a través de nuestra imagen positiva exhibida de forma compulsiva y a través de la comparación social.

Comparaciones ascendentes

Según la Teoría de la Comparación Social de Festinger, la tendencia natural es a compararnos con iguales, pero serían las redes las que caerían en depresión en vez de nosotros. Para evitarlo, los algoritmos provocarán y facilitarán la aparición de comparaciones ascendentes ya que lo que se nos muestra son aquellas publicaciones con más likes e interacciones.

Así, el like actúa como un mecanismo de interacción y vemos en qué grado somos o no aceptados. Si descansas, el algoritmo te penaliza. Esta forma de actuar a través de las redes sociales afecta a nuestra identidad e intimidad (Gardner y Davis), obligándonos a mantener y reforzar la percepción de que a los demás suele irles mejor que a nosotros dadas unas construcciones sociales.

La dosis hace el veneno

Paracelso, alquimista suizo del siglo XVI, afirmaba: dosis sola facit venenum (la dosis hace al veneno). Finalmente, aquí van unos cuantos estudios científicos respecto al (ab)uso que hacemos de las redes sociales:

  • A mayor comparativa, mayor desesperación (Vogel et al., 2015)
  • Las redes sociales se convierten en algo irresistible y necesario, llegando a situarse por encima de necesidades básicas como la comida o el sueño (Hofmann et al., 2012)
  • Las personas que pasan más tiempo en redes como Twitter o Facebook son menos felices (Walsh et al., 2012) y tienen una menor satisfacción (Chae, 2016).
  • Cuanto más tiempo permanecemos en las redes sociales, peor nos sentimos después (Kross et al, 2013; Lin et al, 2016; Primarck et al, 2016) y somos más propensos a sufrir problemas de salud mental (Royal Society of Public Health y Universidad de Cambridge, 2017)
  • Un estudio sobre la predicción de la ideación suicida en adolescentes encuentra que uno de los factores que más predice la conducta es el ser amenazado o acosado a través de las internet (Weller et al., 2021).

Beneficios de abandonar las redes

Ante los efectos de la utilización obsesiva de las redes sociales (no así con la de un ocio normal), de manera complementaria aparecen estudios que nos ofrecen las bondades sobre su progresivo abandono o un mejor uso. Por ejemplo, abandonar Facebook durante una semana mejora notablemente nuestra concentración y satisfacción con la vida (Tromholt, 2019).

Pero no sólo Facebook; después de cinco días sin dispositivos electrónicos somos capaces de recuperar nuestra empatía (Turkle, 2017). Finalmente, somos responsables de convertir este tipo de utilización compulsiva en una que nos permita conectar con personas y aumentar nuestro conocimiento. Estamos a tiempo de hacer que las tecnologías digitales se pongan a nuestra disposición y no a la inversa.