Leonor Watling y Hugo Silva encarnan a dos exitosos abogados penalistas especializados en librar de la cárcel a delincuentes de guante blanco. Sentados uno junto al otro defienden, en la sala de vistas de un tribunal, al típico constructor de una nueva acusación de cohecho. A preguntas de sus abogados, el acusado va reconociendo ante la juez, uno tras otro, todos y cada uno de los regalos y sobornos que años atrás fue haciendo a la concejal de turno con la finalidad de conseguir la recalificación de unos terrenos. La jueza, sorprendida ante el reconocimiento de los hechos, pregunta a los guapos letrados si están seguros de que esta es la mejor forma de defender a su cliente. Es en ese momento cuando la abogada destapa su carta ganadora: da igual que su cliente reconozca los hechos ya que éstos ocurrieron hace más de cinco años, por lo que el delito está prescrito. Con este asombroso y magistral giro de guión, tan propio de las mejores producciones televisivas nacionales, el constructor logra su inmediata absolución.
Lo arriba narrado se corresponde con el inicio del primer capítulo de la recientemente estrenada serie de televisión «Nasdrovia». Dejando a un lado ciertos matices procesales, que impedirían que los hechos pudieran suceder de tal forma, y que podemos atribuir a licencias de guión, lo cierto es que el instituto de la prescripción ha sido y sigue siendo el protagonista de muchos procedimientos judiciales.
Plazo de vida
Como recuerda nuestro Tribunal Supremo, la prescripción del delito supone que éste tiene un plazo de vida, pasado el cual se extingue toda posibilidad de exigir responsabilidades. Pero también obedece a la propia esencia de la amenaza penal, que requiere ser ejercida deforma seria, rápida y eficaz, con la finalidad de lograr satisfacer las finalidades de prevención que los ciudadanos le hemos atribuido a través de las leyes penales y procesales.
Sin embargo, y aunque ciertos actos criminales puedan quedar impunes por esta causa, lo lógico sería pensar que sus autores sí sufren el castigo de la reprobación social. No parece razonable pensar que después de que un tribunal haya declarado probado que alguien ha delinquido gravemente, esta persona vaya a gozar del apoyo de buena parte de la sociedad. Y menos aún que sea aplaudido por disfrutar de los beneficios obtenidos gracias a la comisión de tales delitos.
Atlético de Madrid
Pues se equivocan. Enrique Cerezo y Miguel Ángel Gil Marín, Presidente y consejero delegado del Atlético de Madrid S.A.D., nos lo demuestran cada día. Y es que en el año 1992 delinquieron para apropiarse del club.
Ese año, una nueva Ley del Deporte obligó a todos los clubes que tuvieran pérdidas a convertirse en sociedad anónima deportiva. Si no lo hacían, descenderían a Segunda B. El Atlético de Madrid necesitaba vender dos mil millones de pesetas en acciones para evitarlo. Jesús Gil y Enrique Cerezo consiguieron que dos bancos les avalaran por esa cantidad. Pero en realidad dinero nunca llegó al club. Simplemente mostraron un extractobancario en donde aparecía el dinero que convertía a Gil en el máximo accionista del club, obtuvieron la autorización para comprar las acciones y acto seguido se lo devolvieron a los bancos. Es decir, se quedaron con el equipo sin pagar nada.
Años más tarde, concretamente en 1999, la Fiscalía Anticorrupción presentó una querella por estos hechos en el marco de la llamada “Operación Atlético”. A través de sentencia de 14 de febrero de 2003, la Sección Primera de lo Penal de la Audiencia Nacionalcondenaba a Jesús Gil a tres años y medio de prisión como autor de los delitos de apropiación indebida y estafa. Además le condenaba a depositar las acciones del club a fin de que fueran subastadas. Su hijo Miguel Ángel Gil Marín era condenado a un año y medio de cárcel por el delito de estafa por simulación de contrato, y Enrique Cerezo –que entonces ocupaba el puesto de vicepresidente fue condenado a un año de prisión porcooperador necesario de un delito de apropiación indebida.
Sin embargo, al año siguiente el Tribunal Supremo, tras confirmar la realidad de estos hechos probados, declaró que lamentablemente todo estaba prescrito. La querella de la Fiscalía había llegado tarde. Y desde entonces la sociedad deportiva es suya. De Cerezo y de Gil. De Gil y de Cerezo. Un dúo que hace y deshace a su antojo en un club que dejó de serlo gracias a los delitos cometidos, y que no duda en dinamitar cualquiera de sus señasde identidad si lo consideran necesario.
Con la permanente excusa de sanear las cuentas de la S.A.D., eliminaron el escudo que jugadores y aficionados lucían sobre el corazón. Lo cambiaron por un logo impersonal y carente de cualquier vínculo emocional con la historia que debía representar. Por cambiar, hasta le dieron la vuelta al oso y al madroño.

Demolieron el Vicente Calderón, que como todos sabemos era mucho más que un estadio. Sustituyeron un hogar por un estadio a las afueras. Un templo por un descampado con muchas luces. Muy del gusto del presidente.
Cada año privan a la plantilla de sus mejores jugadores. No muestran el menor reparo en vender o forzar la salida de aquellos jugadores que puedan ayudar a engrosar las cuentas de su sociedad. Su voracidad parece no tener límites.
Pero la realidad es que mientras la deuda de la S.A.D. se eleva ya a los 999 millones de euros, Cerezo y Gil aparecen dentro de la lista de las doscientas mayores fortunas de España. Y en pleno año de recortes salariales motivados por la pandemia sanitaria, Gil Marín se acaba de subir el sueldo otros trescientos mil euros al año, elevándolo a los tres millones y medio anuales.
Sin embargo, a pesar de que todo lo anterior está a la vista de todos, Cerezo y Gil se mantienen en sus puestos por una buena razón: cuentan con el beneplácito y apoyo de la práctica totalidad de la prensa española, quien a cambio de exclusivas, promociones oficiales y demás prebendas, alaban cada día la gestión deportiva y social de un club que, si no fuera por su superlativo entrenador, sin duda estaría más cerca de la Segunda División a la que le llevó precisamente la gestión de Jesús Gil que de codearse, temporada tras temporada, con los principales equipos de Europa.
a veces la prescripción no sólo borra los delitos. También parece que borra nuestra memoria.