Como ya mencionamos en el artículo “El juego patológico”, los juegos de azar no son una realidad moderna. Hay muestras de su existencia hace más de 5.000 años. En el caso de España, fue a través de Carlos III que comenzó a utilizarse la lotería como un medio para recaudar fondos.
Es importante diferenciar respecto al juego patológico desde el inicio: en el caso de la lotería, damos por hecho inicialmente que existe un control voluntario por parte de la persona. Dicho de otro modo, podemos perfectamente resistir el impulso de jugar o directamente no existe, el juego no provoca un placer asociado y, además, si jugamos con medida, la relación coste/beneficio potencial es fácilmente justificable.
Muchos imaginamos y fantaseamos con qué es lo que haríamos si nos tocase: salir del trabajo, tapar agujeros, donaciones o, finalmente, disponer de nuestro tiempo sin el agobio acuciante del dinero. Sin embargo, desde la óptica más racional, somos conscientes de que contamos con menos del 1% de probabilidades de que nos toque algún premio.
Entonces, ¿por qué seguimos jugando?
En primer lugar, desde la visión conductista, estamos ante un refuerzo positivo variable (de recompensa aleatoria, que nos provoca más placer que aquella recompensa que estuviera prevista). En este caso, la persona no obtiene la recompensa cada vez que lleva a cabo una conducta determinada (la de jugar), sino que ocurre únicamente en determinadas ocasiones (es decir, no existe un patrón estable que se pueda mostrar como reforzador).
Además, debemos tener en cuenta que, en el caso del Sorteo de Navidad, estamos ante un comportamiento social completamente aceptado que se da una vez al año, no tratándose de una conducta habitual. Sencillamente, forma parte de una tradición.
En segundo lugar, aparecen una serie de sesgos en nuestro pensamiento. Es interesante poner sobre el tablero (nunca mejor dicho) que, aunque no nos lo parezca, las diferencias entre un jugador patológico y cualquiera que juegue a la lotería son porcentuales. Básicamente, podemos llegar a pensar lo mismo (tener los mismos sesgos), pero con una intensidad y duración menores.

Veamos algunos de los sesgos más notables:
- Mientras exista una mínima posibilidad, estaremos inclinados a maximizarla. Además, existe un mecanismo de gratificación (tenemos la opción de premios menores o reintegros)
- Sesgo de disponibilidad (también del superviviente): los ganadores de los grandes premios existen y los hemos visto en la televisión descorchando botellas con el décimo premiado (heurístico de disponibilidad)
- Ilusión de control: a pesar de tener a la estadística en nuestra contra, creemos que “sabemos lo que hacemos”.
- Falacia del jugador: cuando todo va mal es porque en algún momento, debe nivelarse y volver al equilibrio. No todo puede salir mal todo el tiempo.
- Correlación ilusoria: pensar que ciertas conductas podrían intervenir en el resultado (terminaciones, fechas concretas, “señales” vestimenta …)
Dinero y felicidad
Llegados a este punto, como lo más probable es que no nos toque el premio y el que no se consuela es porque no quiere, añadimos una serie de estudios en los que se relaciona de algún modo el dinero con la felicidad:
- Las expectativas son una de las fuentes más fiables para alcanzar la infelicidad y frustración. Existe una ecuación budista que define la felicidad como el resultado de quitarle a la realidad las expectativas. Ajahn Brahm, abad del monasterio Bodhinyana y director espiritual de la Sociedad Budista de Australia Occidental, define así la felicidad: vivir en paz y con aceptación. Relaciona directamente la infelicidad con las expectativas tan elevadas respecto a nosotros mismos y nuestras vidas: no escuches al mundo, no te preocupes por cumplir con esas expectativas. Si estamos seguros de que no nos va a tocar, la pena es menor.
- Las comparaciones tampoco nos dejan en buen lugar a la hora de intentar ser felices (principalmente, en este caso, si nos comparamos con los afortunados).
- Estudios como los de Gilbert y colaboradores sitúan el índice de felicidad al ganar la lotería en un 4 sobre 6 (la puntuación del grupo de control fue de 3.82). Vamos, que apenas hay diferencias métricas.
- Las experiencias no admiten comparación como sí ocurre con lo material (Howell y Hill, 2009). Del Mercedes te acabarías cansando (adaptación hedónica).
Puede que parezca el consuelo de los pobres en estas fechas, pero está avalado con estudios y publicaciones científicas. Así que, resumiendo: lo mejor es que no tengamos demasiadas expectativas (con hacerle caso a la estadística, sería suficiente); que no nos comparemos con los premiados (ni con nadie y menos en redes sociales); y que tengamos claro que del Mercedes acabaríamos hartos.
Dicho esto, mucha suerte a todos y desearos una Meet Navidad ¡!