La Calle Pocito de las Nieves es una de esas calles históricas de Las Rozas, ubicada en lo que antaño se denominaba la parte alta del pueblo. Cuenta Eduardo Muñoz en su libro Historia de Las Rozas que “el Pocito de las Nieves es un lugar que está en un barranquito que baja hacia el viejo Caño en la caída del Cerro del Cascabel”.

Aquel viejo pozo se utilizaba para la conservación de la nieve que durante el invierno caía, de manera copiosa, en nuestro pueblo – las Filomenas de antaño – y parece ser que se utilizaba para la conservación de alimentos y para enfriar las bebidas pues la nieve los mantenía a baja temperatura.  

También nos recuerda Eduardo Muñoz cómo en aquellos inviernos la nieve hacía acto de presencia con demasiada frecuencia y cómo los roceños de entonces tenían que hacer calles para ir a la panadería o la lechería ubicada, una de ellas, en la calle del Caño. Parece que aquellos vecinos de antaño eran mucho más previsores que nosotros y la nieve no les pillaba desprevenidos.

La Pequeña Edad de Hielo

Al comienzo de la Edad Moderna, en los siglos XVI y XVII, España vivió una pequeña Edad de Hielo. Aquel enfriamiento generalizado del clima en Europa provocó que la nieve perdurara en la sierra madrileña hasta bien entrado el mes de agosto. Fue en época de Felipe II cuando se excavaron en la Sierra de Guadarrama varios pozos para abastecer de nieve al Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, pero también a Segovia Valladolid y Toledo. La nevería se convirtió en una actividad que generaba trabajo a un buen puñado de hombres, los llamados neveros, que hasta principios de verano “llegaban a formar una verdadera aldea en lo alto de la sierra, a donde subían los carros” para cargar la nieve.  (Julio Vías. Memorias del Guadarrama).

Las neverías

Aquel trabajo de almacenamiento de la nieve no era sencillo. Una vez llegaba en carro desde la cima de las montañas había que apisonar la nieve y esto se hacía con los pies. Los llamados ‘pisadores de nieve’ tenían que ser relevados cada cierto tiempo para evitar que sus pies se congelaran a pesar de llevar calzado de esparto. Cada “dos palmos y un metro de espesor se extendía una capa de paja antes de alzar y apisonar la siguiente, y cuando el pozo quedaba lleno se cerraba para evitar corrientes de aire hasta la época de mayor consumo”, relata Julio Vías.

Existían dos tipos de nieve, la vieja y la blanca. Cuenta Julio Vías que la segunda era la más apreciada porque al no estar demasiado tiempo almacenada “estaba libre de sabor y malos olores”. Como era de esperar la nieve blanca era la que demandaba la Corte y las élites sociales y su coste era elevado. “Durante el tiempo de almacenaje en los pozos la nieve se convertía en una gran masa compacta de hielo, y para extraerla se serraba en bloques que al atardecer o durante la noche se subían, mediante tornos o escalas de madera, para ser transportados a lomos de asno hasta las neverías”.

El boom del siglo XIX

La proliferación en Madrid capital de cafés y ‘terrazas de verano’ en la segunda mitad del siglo XIX provocó un auge de la industria de la nevería pues el consumo de hielo se disparó. El pueblo de Navacerrada fue protagonista de esta actividad próspera que movía gran cantidad de dinero y en la que trabajaban un gran número de jornaleros.  Cada verano se producían en la carretera de la Sierra “largas filas de carros cargados de nieve hasta los topes y chorreando agua”, bloqueando el descenso del puerto de Navacerrada (Memorias del Guadarrama).

Desconocemos si nuestro ‘pocito de las nieves’ provocó largas colas entre los vecinos en su uso. Si conocen más de su historia, cuéntenla, pues de lo que se trata es de conocer más y mejor la historia de nuestro pueblo.

Meet Las Rozas