Permítame, doña Cigüeña María, que en vísperas de las fiestas de San Miguel, les cuente a mis vecinos de Las Rozas recuerdos de una época que aún perduran en mi memoria. Pues a pesar del tiempo transcurrido, las fiestas de antaño siguen estando presentes en la retentiva colectiva de quienes tuvimos la suerte de disfrutarlas. Una época en la que eran la envidia de los pueblos de alrededor. Como toda memoria, la mía es parcial. Sin embargo, a buen seguro que despertaré un buen puñado de recuerdos en quienes las vivieron y, curiosidad y asombro, en quienes desembarcaron por estas lindes roceñas tiempo después, cuando los roceños ya comenzamos a decir aquello de “estas fiestas no son lo que eran”.
Mirando al cielo
Recuerde, doña Cigüeña María, con qué incertidumbre mirábamos a ese cielo de mediados de septiembre. Y es que la sabiduría popular decía que si en las fiestas de nuestro eterno pueblo rival, Majadahonda, el cielo se volvía gris y lluvioso, por San Miguel, días después, llegaría el ansiado veranillo. ¡Cuántas veces se cumplió aquel augurio para desventura de los majariegos! ¡Y menudo frío pasábamos los roceños cuando al Santísimo Cristo de los Remedios, patrón del pueblo vecino, le daba por aguarnos la fiesta!

Con veranillo o sin él, la vuelta de las vacaciones estivales se hacía más llevadera. Comenzaba septiembre. Comenzaban las fiestas. Aún quedaban 28 días para el pregón desde una plaza del Ayuntamiento siempre abarrotada, donde no cabía un alfiler y donde las peñas del pueblo repartían alegría. Sangría también. Casi un mes antes, San Miguel arrancaba motores: maratones de Fútbol-Sala, torneos de tenis, baloncesto, natación, campeonatos de dominó, mus, ajedrez o chito… Septiembre olía a fiesta.
Aún desfilaban con ropa de verano las niñas y jóvenes de Las Rozas que, llegado el primer fin de semana tras las vacaciones, soñaban con ser reinas y damas de honor de las fiestas de su pueblo. Con desparpajo algunas y timidez otras, cruzaban aquel escenario de la plaza del Ayuntamiento – aún habrá quien se acuerde de cuando lo hacían en la ya desparecida discoteca de la Mezquita – ante un variopinto jurado: el escultor Oteiro Besteiro, los periodistas Antonio Casado, Rosa Villacastín, Carmen Rigalt, Laureano Suárez o José Calabuig fueron algunas caras y vecinos conocidos en quienes recayó aquella difícil misión. Una tarea que también recaía en las peñas del pueblo. Unas peñas que arrimaban el hombro desde el primer día de fiesta en todo aquello que fuera menester.


Las peñas, la alegría de las Fiestas de San Miguel
Recuerde, doña Cigüeña María, como allá por 1970 un grupo de jóvenes roceños reunidos en el desaparecido bar La Taurina, decidieron crear un club para organizar actividades que, según ellos mismos han manifestado alguna vez, llenaran sus momentos de ocio y reforzaran su amistad. Aquel punto de encuentro y de reunión dio como fruto obras míticas de teatro y la alocada Gymkhana humorística. Cómo no acordarse de aquellas atípicas ‘majorettes’ desfilando sin vergüenza por las calles del pueblo. Cómo no rememorar aquellas pruebas basadas en harina y milhojas que acababan embadurnando, no solo a los participantes, sino a todo inconsciente que se acercara a la prueba más de lo recomendable. Algún día, doña Cigüeña María, haré uso de su pico y palabra para contar con más detalle la historia de tan divertida actividad.


Aquel Club no solo quería disfrutar y aportar colorido a las fiestas. Querían animarlas, “no ser un elemento pasivo”, sino algo más. Es así como comenzó a andar la Peña Club Las Rozas 70. Un grupo de gente, que como decía allá por los ochenta el jugador de fútbol Rafael Gordillo en declaraciones a Gregorio ‘Carriles’, “viven las fiestas a tope y dan la nota de humor y de alegría en los toros, en el baile, por las calles. Son una parte muy importante de las fiestas”.
Parte importante de las Fiestas también ha sido, y lo es aún, otra de la peñas veteranas de Las Rozas: Los Bolingas. Visiblemente reconocibles por su camiseta roja y por el ruido que siempre han hecho. Sin su sonoridad, San Miguel no sería igual. Porque ¡vaya si se les oía! Se han hecho sentir desde que en 1980 Jesús Zúñiga, quien años después fuera Alcalde del municipio; Ángel Molina, más conocido como ‘Curro’; e I. Pesquera tuvieran la idea de fundar la Peña en el antiguo Pub de Las Rozas. A mi memoria vienen sus almuerzos, antes y después de cada encierro, una de sus señas de identidad en San Miguel. ¡Y menudos almuerzos! De aquello sí que tenemos memoria los roceños. El buen yantar no solo era para ellos, sino que disfrutaban compartiéndolo con los demás, incluidos los jubilados, con quienes se volcaban en su homenaje durante los festejos.

Tiempo después otras peñas se sumaron a la fiesta. Entre ellas la Peña Entre Amigos y la Peña UPA, ésta última formada por jubilados. Recuerdo cómo la Unión de Pensionistas Amigos asistían a los festejos taurinos acompañando a la charanga por las calles del pueblo. Eran parte de esa alegría y de ese compromiso que unos y otros siempre tuvieron y que algunos siguen manteniendo con San Miguel.
Música, maestro


Cuántos de quienes hoy nos leen recordarán la carpa El Palacio Azul. Como el veranillo de San Miguel no estaba asegurado, había que poner a resguardo los grandes conciertos que, desde que tengo uso de razón, siempre han sido de categoría. Si hay algo de lo que siempre hemos presumido los de Las Rozas es haber contado en nuestras fiestas con los ‘números uno’ de la canción de cada época. Por aquella carpa ‘azul’ situada al final del antiguo recinto ferial, es decir, al final del pueblo – hoy en día cerca del Auditorio- desfilaron entre otros, Mocedades, Bertín Osborne, Serrat, Manolo Escobar, Víctor Manuel o la Orquesta Mondragón. Pero aquella carpa también dio cabida al humor de Gila, los Morancos o Martes y Trece. Algunos de ellos repitieron, años después, en la plaza de toros portátil que acogió más actuaciones como las de Toreros Muertos, José Luis Perales, Rocío Jurado, Isabel Pantoja o Mecano. ¡Cómo retumbaba aquella plaza! y qué mal lo pasaba la Comisión de Fiestas con tanta gente saltando y bailando sobre aquellos tablones. Normal que con el tiempo se decidiera que aquellos multitudinarios conciertos se celebrarían en el campo de fútbol de Navalcarbón o El Abajón.
Precisamente en el polideportivo de la Dehesa fue a parar el Concierto con mayúsculas que tuvo lugar en Las Rozas en las fiestas de 1992. Era la primera vez que Julio Iglesias actuaba en un pueblo de Madrid, y yo diría que de España. Aquel mítico concierto, cuya entrada más barata costó 3.000 pesetas y por el cual RENFE fletó un tren especial desde la estación Príncipe Pío, no consiguió su objetivo de abarrotar el aforo. Ya se sabía que iba a ser una hazaña difícil pues el cantante hacía dos meses que había actuado en Las Ventas. Sin embargo, situó el pueblo en el mapa de España y durante una buena temporada se habló y mucho de Las Rozas.

Pobre de Mí
Antes de acabar como acababan y terminan también hoy las Fiestas de San Miguel, con el Pobre de Mí, rebobinemos al principio de las mismas. Todo empezaba con un pregón, con un chupinazo. Cada 28 de septiembre las fiestas de Las Rozas arrancaban oficialmente para todos los roceños. Las calles del centro del pueblo bullían de gentío. Caminar desde la Plaza del Ayuntamiento hasta donde hoy en día se ubica el Auditorio, era un no parar de encuentros entre vecinos que a veces no veías en todo el año. Era tardar más de una hora en recorrer pocos metros. Aquel camino que se abría en el corazón de Las Rozas, permanecerá siempre en la memoria de quienes lo pateábamos a diario durante un buen puñado de días festivos. Entre las talanqueras de los encierros cabíamos a duras penas. Decía otro ex jugador del Real Madrid y vecino de Las Rozas por aquel entonces, Michel, que aquel recorrido junto a su hijo “de los kioscos a los caballitos y de los caballitos a los kioscos” era todo “un entrenamiento”.
Aquellos caballitos, los coches de choque, la Ola, o la Barca, eran siempre los mismos, ubicados primero en la calle Real aún por asfaltar y después, en los alrededores del actual Auditorio. Allí también tenían cabida los ‘chiringuitos’ donde se agolpaban los jóvenes con el mini de cerveza. Eran los botellones de hace más de treinta años.
El primer ruido del día era la Diana floreada a cargo de la charanga Los Magníficos, que daba paso a las nueve de la mañana al encierro. Las últimas voces se apagaban bien entrada la madrugada, después del baile popular a cargo de Santiago y su Orquesta.
Ya metidos en octubre llegaba el fin de fiesta, el Pobre de Mí, ¡y ay del pobre que acababa sumergido en el pilón! El frío del otoño ya hacía acto de presencia, y las prendas de abrigo se hacían necesarias para aguantar la noche de la Chota del Aguardiente.
Permítame, doña Cigüeña María, que pregone a los cuatro vientos que un año más ya están aquí las Fiestas de San Miguel, y que vuelva a echar mano de mi memoria para recordar las palabras de un pregonero. “Roceños: que la tristeza, los problemas, las preocupaciones y el aburrimiento se queden en los trasteros. Os invito, os ordeno por decreto a que ganéis la batalla a los malos humores. Es hora de divertirse” (Jesús Zúñiga. 28 de septiembre de 1984)
¡Viva San Miguel!