Permítame, doña Cigüeña María que hoy les confiese a mis vecinos de Las Rozas el año en que nací: 1972. Usted pensará qué les importa a los roceños la efeméride de mi nacimiento. Y tiene razón, más bien nada. Pero no he podido resistir la tentación de contarles a través de Meet Las Rozas qué ocurría en aquel año, al inicio de una nueva década, en nuestro pueblo. Hechos que, para más de uno que guste de conocer la historia del municipio donde vive o lo vio nacer, seguro les resultarán curiosos e interesantes.

La peseta fue la moneda de curso legal en España desde 1868 hasta el 1 de enero de 2002.

Un salario en pesetas

He descubierto, a través de la memoria recogida por Eduardo Muñoz en su libro, Historia de Las Rozas, que el 17 de marzo de 1972 el salario mínimo de un obrero se estableció en “156 pesetas diarias”, que hacían “un total de 4.680 pesetas mensuales”. Quienes en Las Rozas contaban con ese salario mínimo, debían adaptarse como podían a los gastos porque “no daba para mucho, o más bien para casi nada”. Con ese salario resultaba caro comprarse vestidos nuevos, viajar – ni siquiera los fines de semana – y por supuesto, como contaba don Eduardo, alternar. En Las Rozas de principios de los setenta solo podían permitirse ciertos lujos “una minoría”, aquellos roceños con sueldos más altos o quienes sumaban horas extras “en trabajos complementarios”. Dos años después, el Gobierno volvió a fijar el salario mínimo en “225 pesetas diarias, 6.750 pesetas mensuales” y en 1975, lo subió un poco más, 55 pesetas al día.

Entorno a la carretera de El Escorial.
Acceso a la urbanización Eurogar construida junto a la carretera de la Coruña.

Nuevo paisaje

En aquellos primeros años de la década, el nivel de vida de los vecinos de Las Rozas fue creciendo de manera proporcional a como lo fue haciendo el pueblo. El paisaje roceño se transformó con la construcción de nuevas urbanizaciones y barrios. El Abajón; Somosierra y Siete Picos, “en la parte del cruce de la carretera de Majadahonda”;  Eurogar, “en la carretera de la Coruña, camino del cementerio (viejo)”; Virgen del Retamar, “en la carretera de El Escorial”; Molino de la Hoz, “donde toda la finca es urbanizada” y donde se hizo “una gran presa de agua para embarcadero”.

Al mismo tiempo que se construían nuevas urbanizaciones y nuevos barrios, se instalaban, lo que según don Eduardo eran, “centros de envergadura acreditada”: La Kodak, Hewlett Packard, Pianos Hazen o Seguros la Estrella, empresas que dieron “muchos puestos de trabajo a personas del pueblo”. Pero aquel paisaje roceño no solo fue modificado por urbanizaciones nuevas. El Plan Parcial de Urbanismo de 1975 hizo que se construyeran nuevos edificios, que “salvo normas generales, se dejaba al libre criterio del dueño-propietario, tanto el diseño interior de las viviendas”, como la altura, “hasta cuatro plantas” y, bastantes veces, modificándose lo estipulado. Con todo aquello, para don Eduardo, y para muchos de los que vivimos aquella época, “la característica del pueblo se fue perdiendo”.

Embalse de Molino de La Hoz construido sobre el río Guadarrama.
Residencia Reina Sofía de Las Rozas.

Una residencia rodeada de pinos

Pero aún hay más. Aquellos años setenta trajeron consigo la construcción de un nuevo edificio en la Dehesa de Navalcarbón. El 25 de enero de 1979, la reina doña Sofía inauguró oficialmente la Residencia de Ancianos de Las Rozas, en funcionamiento desde el mes de junio del año anterior, con una capacidad para 555 personas. Un soberbio edificio, en palabras de Eduardo Muñoz, “lleno de pinos alrededor, con todas las comodidades, moderno y amplio, del que se ha sacado muy poco partido, ya que hay muy pocos hijos del pueblo al ser bastante cara la estancia”.

Y fue así como en los setenta crecieron las edificaciones, aumentaron los comercios, se incrementó la población y subió el nivel de vida de los roceños. Cuando aquella década pasó el testigo a los ochenta, Las Rozas ya contaba con “5.672 viviendas y 13.405 habitantes”. ¡Qué barbaridad! A partir de ahí, las historias son otras. Recuerdos que se conservan más nítidamente en mi memoria, pues por aquel entonces, quien escribe estas líneas contaba con más cumpleaños a sus espaldas. Ya tendremos ocasión de contarlas.