Permítame doña Cigüeña María que hoy les cuente a los vecinos de Las Rozas las vivencias de don Francisco Umbral (1932-2007) por estas lindes. Porque cierto es que el escritor, considerado como una de las figuras más relevantes de la literatura española del siglo XX, residió en Majadahonda. Pero igual de cierto es que lo hizo también en Las Rozas, y durante una década, como el mismo Francisco Umbral narraba, de su puño y letra, allá por 1987.

“No deja de ser curioso que uno de los escritores más urbanos, un animal de ciudad, dejase de residir en el centro de Madrid y se fuera a vivir primero a un piso en Las Rozas y después, fijara su residencia en (…) Majadahonda” (Sara M. Saz: Escribir en Madrid es llorar. Madrid en Francisco Umbral. www.cvc.cervantes.es)

Pues sepa usted, estimado lector, que Francisco Umbral decía por aquel entonces que cuando uno se viene a vivir a un pueblo como éste, “es que uno ha conquistado la paz y la vida perdurable” (Francisco Umbral: Los pueblos. Revista, Descubre Las Rozas. 1988)

Bar La Taurina

Nadie mejor que don Francisco Umbral para retratar con su original estilo, ironía y humor, cómo era aquel pueblo, Las Rozas, que él tan bien conoció en las décadas de los setenta y ochenta.

Francisco Umbral escribía en el diario El País (Las Rozas. 1987) que cuando llegó a Las Rozas había un único bar, ‘La Taurina’. Aquella Taurina, bien sabe doña María, era el lugar donde los roceños de aquellos tiempos pretéritos, pasaban sus horas de ocio entre charlas, cafés, licores y tapas. Contaba además con el privilegio de haber sido uno de los primeros lugares públicos, si no el primero, – ¡vaya usted a saber! – en albergar entre sus cuatro paredes de la calle Real, una televisión.

Con esa manera de contar las cosas, don Francisco Umbral, a modo de crónica, describía que Las Rozas “era como un Guadarrama previo, un pueblo con un bar, ‘La Taurina’, una cabra, unas obras paradas y solitarios aldeones de polvo y arena. Yo me paseaba mucho entre el bar y la cabra”.

Foto elpais.com

Los ochenta

Aquel retrato del pueblo al que llegó Umbral en los albores de los setenta, cambió a lo largo de los ochenta, ¡vaya si cambió! ¿verdad, doña María?, tanto que, como decía Francisco Umbral, ya era un pueblo urbanizado “racional, jaspeado, con hipermercados, cafeterías, discotecas, un alcalde joven, un concurso de belleza (del que a veces soy jurado), una plaza de toros desmontable, muchas farmacias que perfuman de salud y unos sistemas de enseñanza edificados y racionalizados”.

Aquel certamen de belleza del que hablaba el autor de Mortal y rosa, no era otra cosa que la Elección de Reinas y Damas de Honor que todos los años se celebraba, y sigue celebrándose, con motivo de las Fiestas de San Miguel, cuando el verano pasa el testigo al otoño.

El alcalde joven, al que se refiere Umbral, era el socialista Jesús Zúñiga, que al dejar el cargo ya peinaba canas, pues asió durante largos años el bastón de mando municipal.

En Las Rozas no solo se vive, sino que se convive

El propio Umbral afirmaba que por aquel entonces había pueblos que “por aquí y por allá”, habían crecido con la gestión socialista, y que habían conseguido que aquellos municipios no se convirtieran en ciudades dormitorio: “Las Rozas no es una ciudad dormitorio, sino la feliz posteridad tras la oficina, para unos, o la única y definitiva posteridad vivible para otros” y añadía que, “en Las Rozas no sólo se vive, sino que se convive”. ¡Menudas palabras de elogio nos regaló el señor Umbral! quien ya no encontraba la cabra por mucho que la buscara.

En 1987 veía la luz su ensayo Guía de la posmodernidad y precisamente Francisco Umbral incluía a Las Rozas en su visión particular sobre la posmodernidad. Fíjese doña María qué es lo que escribía Umbral de nuestro pueblo, y de otros muchos de entonces: “En toda sociedad postindustrial, la humanidad huye de la metrópoli-computadora para salvarse en el pueblo-posteridad, para mirar a distancia su propia vida. Esto de Las Rozas sí que es postmodernidad. La gloria y ventaja de Las Rozas y algunos pueblos – pocos- similares, cercanos o lejanos, es haberse salvado de la torpe condición de ciudad dormitorio, de las que está llena toda Europa, para vivir, sobrevivir y convivir como ciudad ciudadana, convivencial, social, erecta y tan variada como desvariante”.

Francisco Umbral eligió vivir en un pueblo, porque Las Rozas y Majadahonda rezumaban olor a pueblo, “no para vivir, sino para volver a empezar por los orígenes ilesos y aldeanos”.

Nos quedamos doña María con la incertidumbre de conocer qué crónica haría en estos tiempos don Francisco Umbral de lo que hoy es Las Rozas. Pues quien se alzara con el premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1996 y el Cervantes en el 2000, abandonó para siempre en 2007 esos pueblos, que ya entonces calificaba como cosmopolitas.

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