Permítame, doña Cigüeña María, que llegado el día de Todos los Santos, les cuente a mis vecinos a través de Meet Las Rozas alguna de las más sabrosas tradiciones de este pueblo. Costumbres que se las llevó el paso del tiempo.

El 1 de noviembre, día de Todos los Santos, tenía lugar en Las Rozas un gran acontecimiento: la recogida libre de bellotas en el Monte de El Pardo. Aquel ‘coto cerrado’ durante todo el año para los roceños, vigilado por guardias a pie y a caballo, se abría de par en par en la mañana del primer día de noviembre para regocijo de los vecinos de Las Rozas. No era un asunto baladí, pues las bellotas siempre tuvieron una especial importancia en nuestro pueblo. El poder entrar con total libertad en el Monte de El Pardo era gran privilegio. Tras rebasar la llamada Portilla de Las Rozas, los roceños cargaban libremente decenas de kilos de bellotas a las espaldas para después darles más de un uso. Acuérdese, doña Cigüeña María, que con aquellas bellotas se hacían en nuestro pueblo los “puches”, unas gachas dulces con picatostes presentes en la mesa de los roceños por los Santos y por San Eugenio, quince días después.

Un postre entre amigos

De la costumbre de preparar en el día de Todos los Santos los ya mencionados puches, tenemos constancia escrita en el libro Historia de Las Rozas, gracias a la memoria de don Eduardo Muñoz Bravo. Si bien aquellos puches fueron protagonistas del yantar roceño durante tiempo inmemorial, en los sesenta del siglo XX, “nadie se acordaba de los puches”. Hoy, sin embargo, queremos sacarles del olvido y degustarlos de nuevo, con gran gusto para la memoria de muchos.

Nos cuenta don Eduardo que era tradición en Las Rozas preparar puches o gachas dulces después de la cena, tras un intenso día de contrastes entre “los llantos por ser la fiesta de todos los Santos”, la visita “a los deudos de cada uno”, y el rezo de los responsos por parte del cura y que eran, “altos o bajos según la situación económica de cada uno”.

Los vecinos de más edad del pueblo recordarán aún, como lo hizo antaño don Eduardo, cómo en Las Rozas “se cenaba poco después de ponerse el sol” y apenas se trasnochaba. Pero la noche de Todos los Santos era una fecha especial para las cuadrillas de amigos. Aquellas pandillas solían quedar a la puesta de sol para hacer sus propios puches, bien en casa de uno de ellos, bien en una deshabitada. Con una lumbre prendida con leña de troncos de encina, se calentaban y preparaban sus puches. Y con ellos, las bromas de la noche mezcladas con el sonido de las campanas, que desde lo alto de la Iglesia de San Miguel, tocaban ya a difunto.

Puches o gachas dulces. Fuente El Blog de Mere

Una broma muy dulce

Con un barreño lleno de toda la cena sobrante, “se echaban tropezones fritos con buen vino, para después pasar al anís del Mono o de la Castellana”. Ataviados con la pelliza, una prenda de abrigo con la que se soportaba mejor el duro otoño roceño, salían a la calle con sus puches a gastar bromas a sus vecinos. Las risas consistían en untar las cerraduras de las casas con la masa de aquel santo postre para que, a la mañana siguiente, no hubiese vecino de Las Rozas que pudiera meter la llave ni ablandar con agua caliente aquel mazocote seco de gachas.

Tras unas cuantas cerraduras atascadas, la pandilla regresaba al lugar donde se había urdido aquella dulce o amarga broma, rematando la noche hasta el amanecer junto a las ascuas de la lumbre que se había dejado ardiendo.

Ya ve, doña Cigüeña María, cómo se las gastaban los jóvenes roceños aquella noche de Todos los Santos. Hoy, aquellas bromas son ya tradición olvidada, y aquellos puches, un postre dulce en la memoria.