Permítame doña Cigüeña María que a pocos días de llegar la primavera les hable a mis vecinos de los cardillos, por ser su recolecta y venta una de las labores a las que se dedicaban las mujeres del pueblo de Las Rozas.
Las Rozas fue tierra de labranza. Donde hoy hay calles y se alzan edificios, antaño se sembraba trigo, cebada, centeno, avena, algarrobas y garbanzos; en las tierras de labor que rodeaban a aquel pueblo de casas y albergues dispersos y aislados que moraban nuestros bisabuelos y abuelos.

Fuente de ingresos
Trabajar en el campo desde los doce años, escardando aquellas tierras en época de siembra y recogiendo cardillos en primavera, eran labores a las que se dedicaban las roceñas. Una fuente de ingresos nada desdeñable para aquellas mujeres, tal y como apunta Eduardo Muñoz en su Historia de Las Rozas.
Sepa doña Cigüeña María que el cardillo, conocido también como tagarnina o cardo de olla, es una planta herbácea comestible que crece de forma silvestre en primavera en los sembrados, en las tierras de barbecho y en los márgenes de los caminos. Da mucho sabor a los guisos, las sopas, los revueltos y las ensaladas. Y hasta no hace mucho era una planta muy habitual en la mesa de los españoles, sobre todo cuando había cocido de garbanzos.

Un trabajo agotador
Tras recoger los cardillos del campo, las roceñas tenían que pelarlos para eliminar las hojas que estaban llenas de espinas. Una labor que requería mucha maña y mucha prudencia. Gracias a los relatos que Eduardo Muñoz recopiló, de no pocas mujeres de Las Rozas que se dedicaron a esta labor de los cardillos, sabemos que tras arrancarlos con una azadilla los pelaban, los ponían en agua y, tras dos horas a remojo, les quitaban el rabo.
En plena noche los cargaban en sacos húmedos y se los llevaban a Madrid para venderlos en la Corredera o en la Plaza de la Cebada, los dos mercados más grandes de la época. La mayoría hacía el viaje de ida y vuelta a lomos de su burro, pero aquellas que carecían de asno al que subirse no tenían más remedio que hacerlo a pie. Si en burro se tardaban “unas tres horas de ida y otras tantas de vuelta”, imagínense andando con sacos a la espalda. La peseta y veinticinco céntimos que costaba el trayecto en tren era para muchas de ellas un lujo.
Tras su llegada a la capital al amanecer, intentaban venderlos en los mercados madrileños al mayor precio que podían. El cardillo se cotizaba a 0,25 el kilo, oscilando cinco o diez céntimos arriba o abajo dependiendo del comprador.

Una labor satisfactoria
Con lo que sacaban de la venta de los cardillos, las mujeres de Las Rozas aprovechaban para comprar en Madrid aquellos productos de primera necesidad de los que no disponían en Las Rozas o cuyo precio era, por escaso, elevadísimo.
Una vez realizada la venta, enfilaban por la calle Segovia y de ahí “a la carretera de Castilla para llegar al pueblo cuando ya se hacía de noche”. Agotadas, cenaban y descansaban y a los dos días volvían a la faena, una faena a la que dedicaban entre dieciséis y dieciocho horas diarias durante toda la temporada de la cosecha de cardillos.
Habrá podido comprobar, doña Cigüeña María, lo duro de aquella labor y las pocas ‘perras’ que dejaban los cardillos en el bolsillo de las roceñas. Lo sacrificado de la faena contrastaba, sin embargo, con el orgullo con el que aquellas mujeres la realizaban contribuyendo al alivio de las maltrechas economías familiares de la época.
