Permítame doña Cigüeña María que hoy cuente en Meet Las Rozas una historia singular a todos aquellos que disfrutan del Parque de Las Javerianas en Las Rozas. Porque no me dirá usted que no ha cambiado con el paso de los años esa zona del centro del pueblo, entre las calles Real, Jabonería y Javerianas. Muchos se preguntarán el porqué de su nombre. Pues tiene que ver con unas monjas, nada corrientes, que en los años posteriores a la Guerra Civil decidieron venirse a las Rozas y vivir en un ‘convento’ que se alzaba en lo alto de la cuesta San Francisco. Aquellas dependencias ocupaban un inmenso terreno desde lo alto de la cuesta hasta lo que hoy en día es el remodelado parque de Las Javerianas.
He de reconocer doña Cigüeña María que de niña desconocía quién se alojaba entre aquellos gruesos muros y cuál era su cometido. Cuando bajaba la empinada cuesta de San Francisco de vuelta de la escuela, me fijaba en aquel inmenso edificio blanco y al acercarme apenas veía sus dependencias intramuros. Muchos de quienes ahora leen estas líneas habrán visto una de las fotos míticas de aquel lugar, pues es aquella fotografía de Feliz López en la que se ve un rebaño de ovejas pastar al lado de unos muros, con el edificio de Las Javerianas de fondo.

El hábito del trabajo
La institución Javeriana fue fundada en 1941 por el jesuita Manuel Marín Triana, quien dedicó toda su vida a los problemas sociales y al mundo obrero. Una de sus preocupaciones fueron las condiciones desfavorables en las que vivían las mujeres más jóvenes de la posguerra, afrontando desde pequeñas un mundo laboral que a veces les era hostil. La Guerra Civil dejó una España empobrecida, un país en el que las que carecían de medios “no podían vivir una vida cristiana porque las condiciones familiares y profesionales, formaban una barrera que imposibilitaba que esas chicas se acercasen a Dios”. (Fuente: Fundación Javerianas)
Añadía el Padre Manuel Marín que en aquella España no eran pocas las adolescentes que dejaban la escuela para buscar trabajo en las fábricas y en el servicio doméstico. Para Marín aquel “trámite rápido a la vida de trabajo, al abandono material y moral en que muchas de esas jóvenes tienen que trabajar para ganarse la vida”, provocaba “desorden social y humano”.
Para remediarlo era necesario crear una Institución religiosa, las Javerianas, una congregación de monjas cuyo objetivo era organizar un modo de vida y apostolado adaptado y flexible a la mentalidad de cada tiempo, capaz de dar una respuesta adecuada a las necesidades del momento. Una de aquellas congregaciones dedicadas a la formación de las jóvenes obreras fue la que se erigió en lo alto del pueblo de Las Rozas.

Monjas sin hábito
En el recuerdo de las vecinas de Las Rozas, que hoy cuentan con más de setenta primaveras a sus espaldas, están aquellas mañanas de domingo después de Misa cuando subían a jugar al gran jardín que tenían aquellas mujeres en lo alto de la cuesta San Francisco. Porque para las roceñas de aquella época las Javerianas no eran monjas, o al menos no lo parecían, pues no llevaban hábito. Se trataba de unas religiosas nada típicas para la época, al menos en el vestir. Aquellos domingos se convertían en días de juegos, en jornadas de can can, de comba y de escondite – pues terreno tenían para esconderse, un rato –
Aquellas monjas sin hábito hacían vida normal, nos cuenta Juan Carlos García Cubiles, vecino de Las Rozas cuya madre, Ana, fue cocinera de Las Javerianas durante treinta años hasta que la congregación cerró sus puertas, vendió el edificio y se marchó a Galapagar, donde aún hoy continúan con su labor. Las Javerianas trabajaban extramuros de aquel edificio blanco en servicios de limpieza en hoteles, en colegios como profesoras, impartían música… y tras su jornada laboral volvían al ‘convento’ a dormir y a vivir en comunidad.

Las hijas del rey Don Juan Carlos pasaron por Las Rozas
En las dependencias de aquel soberbio edificio se realizaban encuentros espirituales, de varios días de duración, a las que acudían religiosos y laicos. También asistían a estos encuentros estudiantes de colegios jesuitas, e incluso en una ocasión, fueron vistas allí las infantas Elena y Cristina. Nos cuenta Cubiles que las hijas del rey Don Juan Carlos acudieron a estos encuentros espirituales y que su madre se ocupaba siempre de las comidas para todos los comensales. Imaginamos que aquellas jornadas para doña Ana debían ser agotadoras. Para que no faltara de nada en su cocina, Ana compraba en el mercado del pueblo todo lo necesario y cuando aquellas bolsas pesaban, y la cuesta se convertía en el monte Everest, siempre contaba con la compañía y ayuda de aquellas monjas sin hábito.
La imagen de la cuesta de San Francisco coronada con aquel viejo edificio blanco de gruesos muros e infinitos metros cuadrados de jardín, ya es un recuerdo de la historia de Las Rozas. El antiguo ‘convento’ ha desaparecido y en su lugar, en la actualidad, hay edificios, oficinas, todo tipo de negocios y… un parque, el parque de Las Javerianas. Hoy, los niños juegan al aire libre entre columpios. Ayer, los niños jugábamos a ver quién era el más rápido en llegar a lo alto de la empinada cuesta.
Sepa doña Cigüeña que quien lo hacía por Las Javerianas llegaba antes. ¡Cosas de hábitos… infantiles!
