La obediencia en nuestras vidas. En algún momento de nuestras vidas, si no en todos, estamos supeditados a órdenes. Desde nuestros padres, profesores, Instituciones o normas consuetudinarias (las que nos ortogamos aunque no estén escritas, como guardar una cola) nos sitúan en posiciones de obediencia. En caso de infringir este tipo de normas y a través de nuestro aprendizaje y simbolización, conocemos las consecuencias y actuamos conforme a ellas. Vemos a diario en el escenario político cómo se mueven y toman decisiones como si de piezas de ajedrez se trataran sin pararse a pensar si realmente quieren hacerlo o es una actuación conforme a sus valores.

Sin embargo, no siempre parece algo tan sencillo o común. Recién acabado el nazismo (y aún hoy lo hacemos) nos preguntamos cómo fue posible que tanta gente obedeciese órdenes tan crueles e inhumanas. ¿Acaso hay un elemento genético? ¿Un afán de venganza? El planteamiento del estudio sirve para valorar cómo personas normales con las que nos cruzamos cada día acatan este tipo de órdenes. 

Estamos ante uno de los experimentos clásicos de la Psicología Social, dirigido por Stanley Milgram, publicado en 1963 en la revista Journal of Abnormal & Social Psychology bajo el nombre de “Behavioral study of obedience” (Estudio conductual de la obediencia).

Los primeros participantes en el estudio fueron alumnos de la Universidad de Yale. El director les explicaba que el experimento se basaba en conocer los efectos de un castigo sobre el aprendizaje (como cuando el maestro atizaba con la regla el siglo pasado). A un alumno le leían pares de palabras que tendría que recordar y repetir posteriormente. En caso de no hacerlo correctamente, recibiría una descarga inicial que a medida que se produjeran más errores, irían aumentando de intensidad.

La pregunta que realmente planteaba el experimento era saber cuánto dolor era capaz de infringir una persona a otra por el mero hecho de que alguien se lo ordenara (cada uno puede extrapolar a su situación personal más allá del contexto en el que llevamos años, ¿estamos conformes cuando toca despedir a personas?, ¿cómo lleva a cabo un policía un desahucio?, ¿vendo las preferentes a un anciano?).

Ante sí, el profesor (los alumnos que participaban en el experimento) tenía un tablero para aplicar las descargas que iban desde los 15 hasta los 450 voltios. El director explicaba paso a paso los detalles de las consecuencias de cada descarga al profesor, que iban desde un cosquilleo desagradable hasta poder ocasionar daños graves aplicados en su máxima potencia.

Para ahorrar sufrimiento, podemos adelantar que el alumno era un actor que no recibía descarga alguna, simplemente fingía ante una mayor descarga una mayor reacción (de hecho, algunas reacciones estaban grabadas previamente). Lo normal era que, a partir de 150 v, pidieran detener el experimento. Rozando los 300 v, soltaban gritos agónicos y de ahí en adelante, sencillamente, el silencio. Es cierto que los profesores en su mayoría mostraban la intención de parar el experimento, pero ante la duda, el experimentador les ordenaba “por favor, continúe” o “el experimento requiere que usted continúe” y seguían sus órdenes.

De este primer experimento (con 40 personas), obedecieron cerca del 60%. Al poder ser una muestra sesgada por contar únicamente con estudiantes de Yale como participantes, decidieron replicar el experimento con diferentes grupos de personas en distintos países. El grado de obediencia iba en aumento a medida que se replicaba el experimento (Blass, 1999)

Si nos detenemos a observar, curiosamente la autoridad que tenía el director del experimento ante el profesor tampoco era muy elevada (más allá de llevar gafas y una bata blanca). Carecía de instrumentos de castigo o represalia, así como de la posibilidad de incentivar ciertas conductas.

Entonces, ¿por qué pasa esto?

Sencillamente cuando uno obedece, nos creemos meros instrumentos y no reconocemos la responsabilidad de nuestros actos. Algo similar a “¿qué quieres que haga?, yo soy un mandado”

Además, aparece la teoría del conformismo (Asch) en la que alguien que no tiene la habilidad o el conocimiento para tomar decisiones, trasfiere esta decisión o bien al grupo o bien a quien esté jerárquicamente por encima. Vamos, “que decida otro”.

Así que …no se necesita ser mala persona para ser obediente y servil en un sistema enfermo. En palabras de Milgram, durante el experimento, la férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales (Milgram, 1974) 

Desde luego, nos da para pensar …

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