Permítame, doña Cigüeña María, que a modo de pincelada les cuente a mis vecinos de Las Rozas cómo era la Navidad en aquellos tiempos en los que apenas había un puñado de roceños en estas tierras de labranza con pocos recursos. Para ello voy a echar mano no de mi memoria, sino de la de aquellos vecinos que ya no están entre nosotros y que fueron contando a quien así se lo pedía, sus recuerdos de una Navidad que ya no es lo que era y que celebraban con lo que tenían.
Ande, ande, ande, la Marimorena
Nos narra José Ramón Sánchez Domingo en su libro Apuntes para la Historia de Las Rozas, que cuando el año llegaba a su final en aquellas Rozas de hace un porrón de lustros, la Navidad se celebraba por todo lo alto.
Los chiquillos recorrían las calles del pueblo, “cantando de puerta en puerta pidiendo el aguinaldo” en cuadrillas de niños y niñas por separado. Recuerdo, cómo de niña, allá por la década de los setenta y ochenta, esta tradición aún perduraba y, junto a mi pandilla, provistos de panderetas, emulábamos a los niños de antaño con sus zambombas y panderos.
Era menester que todos a una entonasen aquellos villancicos, para sosiego de los más tímidos o de los menos dotados para el canto. Puerta a puerta se iban deslizando aquellas cuadrillas infantiles, iniciando su periplo con una de las coplas más sonadas ayer y hoy: Ande, ande, ande, la Marimorena; ande, ande, ande, que hoy es Nochebuena.
Un dulce aguinaldo
El aguinaldo que recibían aquellos niños de Las Rozas, hoy ya abuelos, solía ser un puñado de castañas, bellotas, caramelos y algún dulce, “pues el dinero no se prodigaba por entonces”, según cuenta Sánchez Domingo. Solo en contadas ocasiones, para júbilo de aquellos chiquillos, eran agraciados con alguna peseta de las pocas “perrillas” que atesoraban los roceños de antaño.
Eran navidades frías, muy frías. En aquellos meses de diciembre, en Las Rozas solía el viento soplar fuerte y racheado. El aguinaldo se pedía con la poca ropa de abrigo que había en los armarios. Recuerda Eduardo Muñoz Bravo en su libro Historia de Las Rozas, que botas llevaban muy pocos, el abrigo “ni se estilaba” y, tapados con la bufanda, soportaban como podían “alguna tarde nevada”.
Entre risas, aquella infancia cantarina solía sortear a vecinos malhumorados que se resistían a abrirles la puerta a tanta chiquillería. Y si lo hacían, era tal su enfado, que había que poner tierra de por medio pues “hasta agua nos echaban”, recuerda Eduardo Muñoz.
Tras la corta odisea de casa en casa, pues escasos habitantes había en aquel pueblo de posguerra, la pandilla se repartía el aguinaldo a partes iguales y se marchaba a casa a cenar en Nochebuena.

Mesas humildes por Nochebuena
En la noche de la Nochebuena, como comienza uno de esos villancicos que ha quedado retenido en nuestra memoria, en los pocos hornos de pan que había en Las Rozas “se cocían los bollos y las tornas de manteca”- el turrón no se conocía -. Aquellos dulces ocupaban un lugar destacado en las humildes mesas de los roceños. Mesas en las que no solía faltar la tradicional lombarda, “la mejor gallina del corral, acompañada de las exquisiteces procedentes de la reciente matanza” como eran las longanizas y los lomos. Todo ello acompañado por el vino del “Cerro Mocho”.
Tras la cena que daba la bienvenida al Niño Jesús, solo los mayores se quedaban hasta altas horas de la madrugada conversando o acudían a bailar al “pajar del Tío Adrián, al de la Tía Guantera, cerca de la iglesia” y, como no, al salón recreativo que había en la calle Real.
Las Rozas y sus coplillas de Navidad
Todo era felicidad llegada la Navidad. Para mostrar que así era y, para que no se llevara el viento la memoria de aquellas navidades pretéritas, Eduardo Muñoz Bravo, vecino ilustre de Las Rozas, lo plasmó a través de unas coplillas que quedaron inmortalizadas en su libro.
Permítame, doña Cigüeña María, que reproduzca algunas de ellas en esta atalaya que me permite MeetLasRozas, para que quede constancia a todos mis vecinos cómo se sentía y cómo era la Navidad de nuestros abuelos y bisabuelos, de los de aquí y de los de cualquier otro lugar:
Era Navidad, contentos,
gran deseo y con qué alegría
cuadrillas de niños solos
niñas aparte salían.
Cantaban la Nochebuena
Aguinaldos se pedían
Zambombas y tamborcillos
otra música no había.
Y se “casaba” la copla
a quien se iba a dedicar
algunas salían muy bien
pero otras bastante mal.