Permítame doña Cigüeña María que hoy hable a mis vecinos de Las Rozas de la mal llamada finca de ‘La Talaverona’. Porque usted sabe, al igual que los roceños con más solera, que esta finca que comenzó a construirse en la Dehesa de Navalcarbón hace casi 80 años, nunca se llamó La Talaverona. El nombre que hoy resuena con fuerza le fue dado, digamos que de manera peyorativa, hace algunos años, cuando su última moradora, ‘La Pili’, gustaba de darse a los excesos festivos y a una conflictiva y extravagante convivencia con sus vecinos. Su salud mental jugaba en su contra. ¿Se acuerda cuando, a finales de los ochenta, le dio por poner la música a todo trapo para manifestar su enojo por el torneo de Tiro al plato celebrado en la Dehesa? El volumen de aquellos altavoces hizo que el estruendo se oyera en todo el pueblo. Y es que ‘la Pili’, como era conocida en Las Rozas, fue precursora de los botellones de hoy en día. En aquella mal llamada finca de La Talaverona se concentraban no pocos jóvenes de la época para pasar el día de… fiesta desmedida.

Casa de la Familia Talaverón

La familia Talaverón

¿Que quién era ‘la Pili? Pues era hija de Luis Talaverón y Emilia Puebla, la familia que se construyó una casa en aquella finca de la Dehesa de Navalcarbón a mediados de la década de los cuarenta para pasar el verano y los fines de semana. Tras la Guerra Civil, Las Rozas iba recobrando su fisonomía y en los siguientes años fueron muchos los que levantaron “hotelitos”, hoy llamados chalés, en este municipio. A estos vecinos ocasionales se les llamaba en el pueblo “veraneantes”. Cargados con sus tres hijos y multitud de enseres, la familia Talaverón arrancaba desde la madrileña calle Alcalá rumbo hacia Las Rozas. Aquí solían coincidir con el resto de la familia cuando cerraban el negocio de relojería que regentaban en Madrid capital. Y en la finca de La Talaverona residían todos ellos en una casa única partida en dos, pues eran varios los hermanos Talaverón que allí habitaban. De una parte don Luis junto a su esposa e hijos, y de otra, su hermana, cuñado y sus vástagos. Aquella casa fue construida por Agustín Plaza, más conocido en estas lindes roceñas como ‘Pelayos’. Quien fuera Alcalde de Las Rozas fue también el encargado de levantar un chalé con dos portales, además de la casa de los guardeses.

Torreón de la Finca de los Talaverón.

Una finca con huerto

Los primeros guardeses de la finca de los Talaverón fueron Julián y Teodora. Su hijo Isidro Peña, natural de Boadilla del Monte, apenas gateaba cuando sus padres se pusieron al servicio de los Talaverón. Y allí pasó los primeros diez años de su vida hasta que otro guardés, Pedro Jurado, ocupó el puesto de sus padres.

Isidro recuerda el torreón, el pozo, el fogón de leña y la chimenea de lumbre baja que había en el interior de la vivienda, y lo mejor de todo: el servicio. Porque por aquel entonces, década de los cuarenta, la mayoría de los más de mil vecinos de Las Rozas carecían en sus casas de un cuarto de baño como los de ahora. Pero si hay algo que tenían eran huertas, como la que hizo el padre de Isidro en la Talaverona – ironías de la historia, doña Cigüeña María, pues sepa usted que en la actualidad el Ayuntamiento de Las Rozas quiere ubicar en el lugar unos huertos que están dando mucho que hablar-.

Aquella huerta no es lo único que recuerda Isidro. También nos habla del gallinero y del “corro de vecindad”, como él denomina a la reunión que, en determinadas fechas como la Navidad, celebraban los vecinos de Las Rozas que vivían en las inmediaciones de la finca de la Talaverona. Haciendo memoria, aquel corrillo vecinal estaba formado por la familia que habitaba en el Cerro de la Curia, los guardeses de toda la Dehesa de Navalcarbón, y la familia que regentaba el bar de la Casa Gallega, en Coruña 21. A aquellos encuentros acudían aquellas familias andando, y también caminando iba Isidro desde La Talaverona hasta la escuela. ¡Unos cuántos kilómetros de ida y vuelta todos los días! Como usted, doña María, ‘volando’ los hacía.

Calle Samuel Bronston en Las Rozas
Zona de columpios en la Dehesa de Navalcarbón junto a la ermita

Repoblación de la Dehesa de Navalcarbón

No había, doña Cigüeña María, muchos árboles donde posarse en aquella Dehesa de Navalcarbón de principio de la década de los cuarenta. Bien lo sabe usted y bien que lo recuerda Isidro. La Dehesa sufrió lo suyo durante la Guerra Civil. Quedó asolada como arrasado quedó el pueblo. Y aquella Dehesa boyal de propios de la que da cuenta la Guía Diocesana de Madrid y los pueblos de su provincia publicada en 1914 por Luis Bejar; aquella Dehesa con alguna encina, llamada de la Vieja, de la que se tiene constancia desde 1751 al aparecer en el Catastro del Marqués de La Ensenada, hubo de ser repoblada tras la terrible contienda civil del siglo XX.

Y de nuevo Isidro, el hijo de los guardeses de la finca de La Talaverona, rebusca en su memoria. Y lo hace para contarnos que muchos de los pinos que hoy en día vemos cada vez que paseamos frente a la Ermita de la Dehesa de Navalcarbón y sus inmediaciones, llegaron en botes de chapa. Recuerda cómo los sacaban de aquellos recipientes, los podaban y tras hacer los hoyos, los plantaban. Luego, el ‘Tío Lorenzo’ junto a sus dos mulas se encargaba de arar la tierra para hacer cortafuegos en lo que hoy en día es la Avenida Samuel Bronston. De aquello ya hace setenta primaveras.

Casi setenta veranos después de aquello, no pudo evitarse ‘el incendio’. Y no es que hayan ardido las 107 hectáreas de la Dehesa de Navalcarbón. De momento lo que se ha encendido es la chispa de la polémica en la finca de la Talaverona, la finca de los Talaverón. Ha prendido el fuego de algo más que un desencuentro entre vecinos y Ayuntamiento, al querer el Consistorio ‘plantar’ un centro medioambiental en las ruinas de lo que fue en su día una finca de recreo, una casa de descanso, un hogar para Isidro y su familia. Pero esto es otra historia, y a buen seguro, doña Cigüeña María, que mis vecinos de Las Rozas ya son conocedores de la misma.