Inmunidad. La respuesta de defensa a los patógenos a los que estamos expuestos se logra por la capacidad inmunitaria de nuestro organismo. Para ello, disponemos de una serie de células que van en la sangre, pero que su función la cumplen fuera de la misma. Es cierto que los patógenos, antes de ser “atacados” por el sistema inmunitario, poseen unas “considerables barreras”, como son las que constituyen las paredes internas del aparato digestivo y aparato respiratorio que dificultan su entrada al organismo, bien porque impiden que se fijen o porque tienen características anti-microbianas.
El desarrollo de las vacunas ha conseguido descender la mortalidad infantil de forma extraordinaria.
¿Dónde se fundamenta la respuesta de defensa a los patógenos a los que estamos expuestos?
La estructura de las células (defensivas y patógenas) es la que permite que se produzca la inmunidad. La célula inmunitaria, por ejemplo el neutrófilo, reconoce la estructura de una bacteria, la “ingiere” y, mediante ciertas moléculas, la acaba destruyendo. Otras células de defensa contra los patógenos tienen la capacidad de reconocer determinados componentes, denominados antígenos, que forman parte de las estructuras de las células patógenas y como consecuencia “son reconocidas”. La consecuencia es que desarrollan sustancias, denominadas anticuerpos, que reaccionan de forma específica con los antígenos que han iniciado, precisamente, su formación.

Líneas de defensa “celular” para defendernos de los patógenos
Los glóbulos blancos son las principales células encargadas de la defensa inmunitaria. Van por la sangre y, lo más importante, cuando salen del torrente sanguíneo “amplifican” sus efectos defensivos, entre los cuales están precisamente los inmunitarios. La tabla 1 muestra los glóbulos blancos o leucocitos presentes en la sangre.
Cualquier lector se ha hecho un análisis de sangre y, si ha tenido curiosidad, habrá visto que en una columna aparecen los valores de la persona y en otra los valores normales. Lo más relevante es que los dos tipos de leucocitos más abundantes son los neutrófilos y los linfocitos.
Tabla 1. Tipos, cantidad y funciones de leucocitos o glóbulos blancos | ||
Tipos de leucocito | Cantidad (en porcentajes y en miles/ml) | Origen y papel elemental en la inmunidad |
Neutrófilos | 55-65; 3000-5000 | se origina en la médula ósea; participa en la reacción inflamatoria |
Linfocitos | 25-35; 1500-4000 | Tipo B: originado en la médula ósea; forman los anticuerpos e intervienen en la “memoria inmunológica Tipo T: originado en la médula ósea y emigran al timo. Interviene en la inmunidad de adaptación |
Monocitos (macrófagos) | 4-8; 100-500 | Capacidad de fagocitar y procesa antígenos |
Eosinófilos | 0,5-4; 20-350 | Se origina en la medula ósea. Defensa contra parásitos y en reacciones alérgicas y de hipersensibilidad |
Basófilos | 0,5-1; 10-100 | Se origina en la médula osea. participa en reacciones alérgicas e inflamatorias |
Total de leucocitos | 100; 6000-10000 |
Formas de reaccionar el sistema inmune a los patógenos: inmunidad innata y adquirida
Se distinguen dos tipos de defensa contra los patógenos:
- Defensa innata (Inmunidad innata). Como su nombre indica, es la que tenemos consecuencia de la evolución y participa siempre con el mismo grado tantas veces como se encuentre con el agente infeccioso. Por tanto, no tienen memoria. En este tipo de respuesta intervienen los neutrófilos, monocitos (macrófagos), basófilos, eosinófilos y otras células.
- Defensa adquirida o de adaptación (Inmunidad adquirida). Como señala su nombre, es consecuencia de un proceso de adaptación y “mejora” la respuesta a repetidas exposiciones a un agente infeccioso. Es decir, tienen memoria. Intervienen los linfocitos tipo B y T, que proliferan cuando los receptores de esta célula se unen a los antígenos.
Las dos formas descritas de inmunidad no son exclusivas del ser humano. La inmunidad innata estuvo presente en los animales desde sus orígenes, pero a partir de cierto estadio evolutivo empezó a “añadirse” la inmunidad adquirida. Así, a la inmunidad innata sofisticada pero estereotipada, se añadió un tipo de inmunidad más específica, la cual permitió a los vertebrados una respuesta inmunitaria secundaria más rápida y eficaz. No obstante, las dos formas de respuesta no deben de tomarse de forma independiente, pues son complementarias.
La inmunidad experimentan modificaciones con el paso de los años
El recién nacido y, en particular, el prematuro, son susceptibles a las infecciones bacterianas y víricas. Por consiguiente, estas características inmunitarias son relevantes para los programas de vacunación, evitando la mortalidad neonatal. El sistema inmunitario madura gradualmente durante la infancia, aunque no está exento el niño pequeño de exponerse a muchos virus, bacterias, hongos y parásitos, que deben ser combatidas y controladas por las respuestas inmunitarias. Además de promover la recuperación, la maduración inmunológica da lugar a memoria inmunológica. Finalmente, con la vejez, el sistema inmunitario del organismo se asemeja al del recién nacido, con una menor actividad de la inmunidad innata y de la de adaptación. Así, por ejemplo, tanto el sistema inmunitario de los niños como los de edad avanzada se ven igualmente comprometidos a la hora de hacer frente a una infección vírica típica como la gripe.

La vacunación es absolutamente necesaria
De todo lo anterior se deduce que la vacunación es absolutamente necesaria, pues lo que hacen las vacunas es “activar” el sistema inmunitario. La vacunación es absolutamente necesaria en la época en la que la inmunidad es débil. Es decir, en la infancia y para algunos patógenos, como el virus de la gripe en personas de edad avanzada, también con una inmunidad deprimida. Hay varios tipos de vacunas que se explican de forma elemental a continuación.
- Vacunas que, en realidad, son una “versión debilitada” del patógeno original. Producen una inmunidad a largo plazo, simplemente con una o dos dosis. Fundamentalmente, estas vacunas se desarrollan para virus, pues es más fácil “reproducir” una forma debilitada que en las bacterias. Tienen dos inconvenientes: deben de estar a una temperatura baja (refrigeración); y el virus se puede defender “cambiando” su estructura y hacerse más virulento.
- Vacunas que lo que hacen es inactivar el patógeno. Producen una inmunización más débil, de manera que es necesario dar dosis de refuerzo para mantener el grado de inmunización.
- Vacunas que se consiguen “radiando” el patógeno. Se utiliza en bacterias.
- Vacunas en la que se emplea una parte del antígeno específico. Al ser tan específica, esta vacuna reduce la probabilidad de reacciones adversas. Pero, al mismo tiempo, hace difícil determinar el antígeno específico.
- Vacunas en las que una molécula (toxina) liberada por el patógeno es previamente inactivada.
- Vacunas en las que se extrae la información genética del patógeno. Por consiguiente, su especificidad es muy alta para antígenos concretos que estimulan la inmunidad de forma considerable al desarrollar anticuerpos al antígeno y una fuerte respuesta de la inmunidad innata. Se encuentran, todavía, en fase experimental. Si bien, por razones de pandemia, se han desarrollado a gran velocidad
- Vacunas en las que se utiliza el virus atenuado, similar a las primeras. Pero, a diferencias de estas, se obtienen a partir de la información genética. Actúan para proporcionar una inmunidad activa adquirida frente a determinados patógenos