Fútbol femenino. Nos conocimos en el colegio Los Jarales de nuestro municipio y allí tuvo origen nuestra vena futbolera. Quizá fuera porque en aquellos primeros años de vida del centro éramos pocas chicas en clase. O quizá sucedió porque algunas de nosotras tenemos hermanos con los que habíamos jugado en algunas ocasiones. El caso es que durante años el fútbol se convirtió en nuestra gran afición y aquello que nos mantuvo unidas cuando poco después fuimos a parar a diferentes institutos de Las Rozas.
Ahora que la falta ha ‘prescrito’, se puede confesar que saltábamos la valla del colegio para jugar en la pista los fines de semana. Jugábamos entre nosotras y luego comprábamos algo de comer; así se nos iba la tarde. Echando la vista atrás, todas recordamos decenas de anécdotas de aquella época y aquellas tardes.
Pero en algún momento, las tardes de fútbol entre nosotras se nos quedaron pequeñas. Sentíamos que podíamos llegar más lejos con nuestra afición. Y tuvimos la suerte de encontrar muchos amigos, padres, hermanos, que nos animaron y acompañaron en aquella idea. Cómo no recordar en estas líneas a Lolo Guijarro, hermano de una de las chicas y nuestro primer entrenador (¡qué paciencia tuvo que desarrollar ante este grupo de jóvenes inconformistas!). O a Carlos Mora, padre de la que recoge estos recuerdos, que tomó su testigo e hizo de entrenador, taxista, animador incombustible y hasta médico (su profesión) de casi todas nosotras.

Únicas chicas en competición
Con estos mimbres, en 1996, antes de que existieran muchos de los equipos femeninos federados de la zona noroeste, un grupo de chicas de 14 años nos propusimos jugar al fútbol en competición. Y no paramos hasta conseguirlo.
En esos años, las oficinas de la Concejalía de Deportes desde las que se gestionaban las competiciones municipales estaban en los soportales del Ayuntamiento de Las Rozas. Es posible que Antonio Fernández, responsable del área en aquella época y ahora ya jubilado, todavía se acuerde de nosotras. Nos plantamos en aquellas oficinas, delante de Antonio (del que recuerdo un enorme bigote) y manifestamos nuestro interés por jugar en las competiciones municipales. “No hay liga femenina” fue la primera respuesta. Pero no nos rendimos fácilmente. Insistimos, insistimos muchísimo y pasamos por aquella oficina muchas veces hasta que nos permitieron inscribirnos.
Empezamos jugando fútbol-sala, pero no nos parecía suficiente. Comenzó entonces una búsqueda frenética por conseguir más jugadoras. Animábamos a cuantas chicas conocíamos: en nuestros institutos (desde Los Jarales fuimos a parar a Las Rozas I, El Burgo de Las Rozas -hoy IES Ignacio Echevarría- y a un recién inaugurado Carmen Conde), en nuestras urbanizaciones y entre nuestras familias.
Poco a poco el grupo fue creciendo y pudimos también apuntarnos a fútbol-7. Pero sin renunciar a nada. Algunos fines de semana los partidos de las dos competiciones prácticamente coincidían. Íbamos entonces a la carrera: cogiendo los autobuses verdes de Autoperiferia de un campo de fútbol a otro, de Navalcarbón a La Encina, o al revés. Mi padre hacía viajes con un
coche cargado hasta arriba: nos amontonábamos en el asiento de atrás sin cinturón (eran los años 90).
También nos apuntábamos siempre a la maratón, a la de Las Rozas, coincidiendo con las fiestas de San Miguel, y a la de Las Matas, en los primeros días de mayo.

Pocos éxitos, grandes sueños
No puedo repasar nuestros éxitos deportivos porque no hubo muchos. A pesar de nuestra ilusión y nuestras ganas, los equipos masculinos contra los que nos enfrentábamos lograban casi siempre abultadas victorias frente a nosotras. Sin embargo, hay muchos motivos por los que sentirnos orgullosas.
En primer lugar, lo hicimos todo solas. No nos acompañaban nuestros padres ni fue la iniciativa de ningún profesor. Fuimos nosotras las que, animadas por nuestros propios sueños, conseguimos cada pequeño logro de este equipo totalmente aficionado que no perteneció nunca tan siquiera a club deportivo alguno. Con esos 14 años, nos sentíamos ya un interlocutor válido para solicitar, gestionar y organizar.
Conseguimos que nos admitieran en las ligas y maratones municipales. Logramos que el Ayuntamiento nos cediera gratuitamente el campo de fútbol de tierra que había junto a la pista de BMX de Navalcarbón. Gracias a la apuesta del Ayuntamiento por el deporte, entrenábamos allí cada viernes por la tarde (y ya no tuvimos que saltar más la valla del colegio). Fuimos capaces de, tras visitar decenas de tiendas y establecimientos del municipio y contar nuestro proyecto a un sinfín de comerciantes y hosteleros, lograr patrocinador que financiara nuestras equipaciones. Así fuimos primero El Nilo Fútbol Club (por aquel café que ocupaba el local de una de las esquinas del Zoco de Monterrozas), más tarde Fútbol Samba (ya he dicho que nuestros sueños no eran pequeños) y después Akatxikuri Team (quién sabe por qué), con equipaciones nuevas a cargo de Motor Hobby, en el Európolis.

Al año siguiente de nuestro debut, se inscribió en liga el Burgorrozas femenino. Otra panda de locas entusiastas que no perdían el ánimo con las constantes derrotas ante los equipos masculinos. Los dos partidos anuales entre nosotras se convirtieron en un auténtico derbi que ambos equipos esperábamos con sana rivalidad e ilusión. Éramos enemigas en esos partidos, pero a la vez nos sentíamos compañeras en aquellos primeros pasos del fútbol femenino.
Pequeños hitos
Hubo no obstante pequeñas satisfacciones en el campo: como aquella vez que marcamos un gol olímpico ante la mirada atónita de nuestros rivales y sus familias. O esa otra en que logramos pasar la primera ronda de la maratón de Las Rozas; remontamos un 4-0 y ganamos en los penaltis (grande, Olga, nuestra portera); los gritos de júbilo eran tales que cualquiera hubiera pensado que habíamos ganado la final de la competición.
Después he sabido que hubo otras jugadoras aún mucho antes que nosotras que ya inauguraron la historia del fútbol femenino en Las Rozas en los años setenta; desde aquí un saludo a aquellas auténticas pioneras.

Jugamos en las ligas municipales desde 1996 hasta 1999. Con el 2000 llegó la universidad para muchas de nosotras y el equipo desapareció. Algunas de mis compañeras, brillantes jugadoras que tenían una calidad muy superior a la media de nuestro humilde equipo, siguieron jugando por varios años más en distintos equipos federados. Otras probamos suerte en otros deportes (otro día hablamos de los primeros años del rugby femenino en Las Rozas) y otras no encontraron tiempo para seguir cultivando su afición al deporte.
Sin embargo, más de veinte años después, soy consciente de que el fútbol nos mantuvo unidas en los tumultuosos años de adolescencia, que nos hizo independientes y luchadoras en los momentos clave de definición de la personalidad, que forjó amistades que durarán toda la vida y que nos permitió compartir un sinfín de anécdotas que aún hoy nos hacen reír a carcajadas cada vez que nos juntamos. A Pilar, Olga, Ana P, Leti, Laura, Ana G, Tamara, Yolanda, Pato, Mariajo, Irene, Sara, Cris, Tita (y quizá alguna compañera que me dejo hoy en el olvido), gracias por compartir un sueño y por recordarlo entre risas cada vez que tenemos oportunidad.
Silvia Mora
Nota de Meet Las Rozas:
Un año después de que Silvia y sus amigas se lanzaran a esa aventura futbolera que no llegó al lustro, nacía otro equipo de chicas que ha logrado escribir una historia más larga y, quizá por eso, se ha llevado el honor de ser considerado el primer equipo de fútbol femenino del municipio: Las Rozas C.F. Femenino. Méritos no le faltan con todo lo que ha crecido desde entonces, hasta formar ocho equipos federados y contar con más de 150 integrantes. Este domingo celebra sus 25 años con un partido amistoso frente al Real Madrid Femenino. Vaya desde aquí nuestra felicitación por este cumpleaños, sin dejar de recordar a esas otras pioneras, como Silvia y sus compañeras, que modestamente les abrieron camino.