De la mano de Heródoto, el historiador británico, Tom Holland, nos adentra en las Guerras Médicas desde el prisma de ambos bandos. Maratón, las Termópilas, Salamina, Platea: lugares de cuatro famosas batallas antiguas que sin duda tuvieron una importancia capital a la hora de configurar el posterior desarrollo social y cultural de Europa. Pero, ¿cómo fue posible que el Imperio Persa —la comúnmente aceptada primera superpotencia de la humanidad— fuera detenido por una Grecia mucho menos evolucionada y completamente dividida?
Persia, el primer gran imperio
En Fuego Persa: El Primer Imperio Mundial y la Batalla por Occidente, el historiador británico Tom Holland describe con detalle los antecedentes y el curso de las llamadas Guerras Médicas, aunque lo cierto es que los dos primeros capítulos ya valdrían por sí mismos el precio del libro. En ellos el autor detalla la evolución de las distintas civilizaciones que, una tras otra, dominaron los territorios por los que discurría la primera gran vía de comunicación de la historia, la Ruta del Jorosán.
Asistimos a un esmerado relato acerca de la forma en que el poder pasó de manos de los asirios a los medos, para poco más tarde acabar coronando a los persas. Si los primeros eran crueles déspotas —aunque en realidad Assurbanipal no ejerció el poder de una forma mucho más terrible que sus pueblos vecinos — , los medos se revelaron como unos excelentes sucesores.
Holland se muestra particularmente acertado a la hora de describir como las frecuentes pesadillas del medo Astiages se convirtieron inevitablemente en realidad, y condujeron a que Ciro el Grande se erigiese en el nuevo amo de la mayor parte del mundo conocido. La redacción de lo que los historiadores modernos han denominado la primera declaración de los derechos humanos fue el fruto de una revolucionaria forma de ejercer el poder, en donde la diplomacia y el respeto por las culturas sometidas garantizaron a los persas que los estados clientes se sometieran fielmente a su gobierno. Sin despreciar nunca el uso de la violencia más cruda cuando lo consideró necesario, su manera de gobernar hizo que Ciro disfrutase de un largo reinado sobre el imperio más grande que el mundo había conocido.
No se queda atrás Holland a la hora de relatar la ilegítima manera en que, tras la muerte de Ciro, un desconocido Darío alcanzó el poder tras liderar el asalto mortal a la tienda de campaña de Bardiya, quien a su vez había accedido al trono tras traicionar a su hermano mayor Cambises. Holland nos cuenta con fluidez la forma en que los traidores asesinaron a Bardiya, que sólo pudo defenderse inútilmente con la pata de un taburete roto, y como Darío muy posiblemente hizo trampas a la hora de conseguir que su caballo fuera el primero en relinchar al alba, lo que según la tradición le garantizaría el acceso al poder. A partir de ese momento, Darío se convirtió en el alumno aventajado del gran Ciro, no sólo en lo que se refiere en la forma de mimetizarse con las costumbres de los terrenos conquistados, sino también en la manera en que ideó y desarrolló una implacable política de propaganda, gracias a la cual consiguió una legitimidad de la que, como simple asesino usurpador, realmente carecía.
Por la libertad de Grecia
En los siguientes capítulos Holland cruza el Helesponto, como haría el sucesor de Darío, en gran rey Jerjes, en su camino hacia el estrecho de las Termópilas, y nos introduce en las peculiaridades de la sociedad ateniense y espartana (¿quién iba a pensar que las mujeres espartanas eran famosas por su pelo rubio, y no se parecían en realidad a la bella Cersei Lannister?), justo a antes de pasar a la descripción propiamente dicha de la guerra y de su marco político.
Después de que los dos reyes persas Darío I y Jerjes I ya hubieran sometido a su soberanía a las ciudades jonias de la costa mediterránea de Asia Menor, la península griega iba camino de convertirse en una satrapía más de la imparable Persia. En este contexto, Holland describe cómo la soga alrededor del cuello de Grecia se estrecha cada vez más, mientras que las ciudades helenas no sólo no paran de discutir entre sí (algo que sólo un siglo más tarde casi les llevaría a su propia autodestrucción, tal y como espero analizar en un próxima reseña de La Guerra del Peloponeso, de Donald Kagan), sino que también las familias influyentes dentro de estas ciudades conspiran unas contra otras e incluso no se privan de emplear la frecuente traición, la cual llegó a acuñar una nueva palabra, la de “medizar” pues los griegos nunca dejaron de referirse a los persas como los medos.
Sin embargo, en medio de esta confusión, el astuto y advenedizo ateniense Temístocles consiguió forjar una coalición con el resto de polis griegas, y en contra de las más ancestrales tradiciones les convenció para iniciar un ambicioso programa de construcción de barcos. Serán los destructivos espolones de los trirremes griegos, manejados por inexpertos remeros y al mando de un espartano (!!), quienes derroten a la hasta ese momento invencible armada persa en las aguas de Salamina. Todo ello bajo la incrédula mirada de Jerjes, que presenciaba el desastre desde tierra, sentado en el trono de mármol blanco que había ordenado construir al efecto.
Pero tranquilo lector, porque Holland no se ha olvidado de las dos grandes contiendas entre griegos y persas que precedieron a esta batalla naval. Todo lo contrario. El autor británico dedica su mejor pluma para describir lo sucedido en Maratón y en el paso de las Termópilas. En Maratón asistiremos al enconado debate que tuvo lugar en una improvisada asamblea ateniense, y en la que Milcíades consiguió imponer su criterio para que las tropas helenas abandonaran la falsa seguridad de los muros de Atenas y se dirigieran hacia la costa, al encuentro de los soldados persas que prácticamente les doblaban en número. Compartiremos el sofocante calor que soportaron los diez mil hoplitas que, cara a cara, aguardaban al siguiente movimiento de los guerreros dirigidos por el general medo Datis. Mientras tanto, Darío esperaba saciar su sed de venganza tras la destrucción que los griegos habían causado años antes en Sardes.
Maratón, una épica batalla
Holland sitúa en su verdadero papel al primer maratoniano, Filípides, lo cual en modo alguno le resta heroicidad a su gesta, y se recrea a la hora de narrarnos la repentina carga a la carrera de los soldados griegos — que nunca pudo ser tan larga ni tan rápida como los atenienses después quisieron hacer creer — contra las sorprendidas tropas persas. La batalla de Maratón es quizás la más épica de las cuatro que componen las llamadas Guerras Médicas, pero su verdadera importancia radica en lo inesperado que fue su resultado, y no sólo para el bando perdedor, sino sobre todo para el vencedor. La victoria supuso tal inyección de optimismo entre las polis griegas que sin ella posiblemente no se hubieran atrevido a enfrentarse, de la manera en que lo hicieron, al ataque que años más tarde volvió a reproducir el hijo de Darío contra la libertad de los griegos.
El desfiladero de las Termópilas
Ese segundo ataque se produjo diez años más tarde, y el escenario enseguida se convirtió en legendario: el desfiladero de las Termópilas. El rey Jerjes había unido Asia y Europa gracias a una ingeniería colosal, formada por casi setecientos barcos que, unidos por cadenas, formaban un puente de más de un kilómetro de longitud, y que durante siete días permitió cruzar el Helesponto a las tropas persas. Hoy se calcula que su número debió oscilar entre los 90.000 y los 300.000.
Los griegos sabían que el mejor lugar para tratar de frenar el avance persa era el estrecho paso de las Termópilas. Si conseguían llegar hasta allí antes que Jerjes y lograban reconstruir el antiguo muro focense, quizás aún tendrían una oportunidad.
En Grecia nadie dudaba de que el mando militar debía estar en manos de los espartanos, quienes dedicaban su vida al entrenamiento para el combate. Holland detalla con esmero en qué consistía la Agogé, la ya mítica educación espartana en la que las familias embarcaban a sus hijos una vez cumplidos los siete años. Sólo los mejores superarían este adiestramiento, en el que también aprenderían que del combate únicamente podrían regresar con su escudo o sobre él.
Holland nos recuerda que en realidad esta batalla no la libraron sólo trescientos espartanos, sino que al inagotable ejército persa y a sus temidos inmortales en realidad se enfrentaron otros contingentes de procedencia muy diversa, llegando a formar un reducido ejército de unos cinco mil soldados. Desde el Peloponeso habían venido periecos e ilotas, personalmente escogidos por Leónidas por su valía y rectitud moral. En su camino hacia el noreste se les fueron sumando fuerzas provenientes de Tespia y Focea, y también algunos locrios y beocios, aunque estos últimos no eran de la confianza de ningún griego pues eran sospechosos de querer pactar con el enemigo.
El autor nos relata como la falange griega dirigida por los trescientos espartanos consiguió contener durante tres días las embestidas de los soldados persas, que una y otra vez chocaban contra los brillantes escudos de bronce griegos. Sin embargo, la traición de Efialtes permitió a Jerjes enviar a miles de sus soldados por la senda oculta que transcurría en el monte Calidromo, bordeando el desfiladero y por tanto a las tropas griegas. Aunque el cadáver de el rey espartano fue cruelmente mutilado y su cabeza fue insertada en palo, tanto él como sus trescientos guerreros se convirtieron en unos héroes que, emulando Aquiles, alcanzaron la eternidad de la gloria.
Conclusión
Aunque las Guerras Médicas son el primer gran conflicto de la historia que podemos reconstruir con cierto detalle, no significa que Heródoto no se dejara muchas cosas importantes en el tintero. Los historiadores pueden intentar llenar algunos de los vacíos uniendo fragmentos y parches recopilados de otros autores clásicos, pero esta restauración solo se puede hacer con sumo cuidado ya que muchas fuentes datan de varios siglos posteriores. Holland es consciente de ello, y de forma honesta nos advierte durante el texto de estas posibles ambigüedades a través de notas aclaratorias que ubica al final del libro con la clara finalidad de no entorpecer el relato de una historia que pocas veces hemos podido disfrutar de una forma tan vivida como ahora.
Cualquiera que tenga cierto interés por conocer la historia real que hay detrás de este mito milenario acertará si se zambulle en las páginas de este éxito de taquilla, que como tal ha llegado a ser publicado en versión de audiolibro (en inglés), lo cual es un verdadero logro pues tal tipo de publicación suele reservarse a las novelas de ficción y no a los libros de historia.
Autor: Tom Holland. Título: Fuego Persa: El primer Imperio Mundial y la Batalla por Occidente. Editorial: Ático de los Libros.
Narrativa: 4 de 5.
Innovación: Innovación 3 de 5
Entretenimiento: 5 de 5.
Por: Sila