Cada 10 de septiembre se celebra el Día Mundial para la Prevención del Suicidio. A pesar de ser una realidad silenciada y estigmatizante, es bastante probable que nos crucemos con alguien que haya pensado o esté pensando quitarse la vida. No se trata pues de una realidad que se dé entre pacientes con cuadros psicóticos agudos o trastornos mayores. Cerca de la mitad de la población general no clínica experimentará ideaciones suicidas en algún momento de sus vidas.
Según reconoce la OMS, estamos ante el mayor problema de salud pública de Europa. A nivel mundial, cerca de 700.000 personas se suicidan al año. A nivel nacional, según las últimas cifras publicadas por el INE, en España 10 personas se quitan la vida al día. Se estima que, por cada persona que se quita la vida, hay otras 20 que lo intentan.
A pesar del silencio que impera en torno al suicidio, no hablar del problema no hará que desaparezca. Al contrario: en España el suicidio se sitúa como la primera causa de muerte no natural desde hace más de once años, con lo que el sistema social y económico tienen algo que decir al respecto. Un recién nacido en los países desarrollados es previsible que tenga una esperanza de vida por encima de los ochenta años y fallezca de alguna enfermedad orgánica, pero si fallece antes por causas no naturales, lo más probable es que sea por suicidio.

La huella de la pandemia
La pandemia también ha dejado una huella en la salud mental, agravándose los riesgos preexistentes de las personas más vulnerables. Mientras tanto, según un estudio publicado por el Banco Mundial, el número de personas en ese mismo periodo pandémico con más de mil millones de dólares se incrementó cerca de un 30%.
El economista de Harvard y Standford, Raj Chetty logró ilustrar la desigualdad estadounidense a través de un atlas de oportunidades. Así demostró que la raza, el sexo o los ingresos familiares son factores determinantes a la hora de calcular las probabilidades de nuestro éxito, principalmente el económico.
Aunque pudieran parecer datos irrelevantes o sin relación directa, la estabilidad financiera de las personas aparece como uno de los factores de protección más notables. Junto a ella, el bienestar emocional, del que el sistema social y económico, de nuevo, también tienen mucho que decir.
Mitigar factores de riesgo
Una de las mejores opciones para reducir este problema se basa en mitigar factores de riesgo y potenciar factores de protección que fomenten el bienestar emocional.
Entre los factores de riesgo aparecen circunstancias que nos rodean a todos en algún momento, como pueden ser la salud física, la soledad percibida o la ausencia de actividad laboral. Si bien los motivos del suicidio son multifactoriales y dependen de la relación de la persona con el contexto que le rodea, su identificación puede ser común: un dolor psíquico y un dolor emocional insoportable imposibles de manejar. No quieren dejar de vivir, quieren dejar de sufrir.
El campo de la prevención e interpretación de la ideación suicida es complejo y excedería el espacio de cualquier artículo. Pero existen ocasiones en las que podemos tener la sospecha de que alguien cercano pueda tener este tipo de ideaciones.

Cómo ayudar
Como hemos mencionado, qué hacer no es tarea sencilla, pero contamos con algunos pasos que nos puedan ayudar a ayudar.
- Escuchar a la persona de forma activa sin juzgar ni culpar, fomentando un clima de confianza donde poder expresar libremente los sentimientos más profundos de cada uno.
- Proponer soluciones en el corto plazo (de modo que en caso de existir una ideación inmediata, ésta se pueda retrasar como paso previo a la extinción de la idea).
- Estar especialmente atentos a comentarios y conductas que nos puedan resultar inquietantes.
- Animar a acudir a un centro de salud o profesionales de la salud mental.
Ciertamente, el suicidio es algo que en la mayoría de las ocasiones no depende únicamente de la persona, sino de la relación e interpretación que se hace del contexto que la rodea. En cualquier caso, dado que no se puede cambiar el sistema de un día para otro, el mero hecho de acompañar a las personas con su sufrimiento, de prestar una atención honesta a su historia, de entender sus preguntas, de escuchar su lamento o desesperanza… puede tener efectos terapéuticos y preventivos positivos al fomentarse elementos protectores que podamos tener a nuestro alcance individual.