Permítame, doña Cigüeña María, apropiarme de nuevo de su pico y su palabra para contar esas crónicas de pueblo de las que usted es y ha sido testigo desde la altura de su campanario, como dije la primera vez que me asomé a esta atalaya de MeetLasRozas.
Precisamente, su campanario fue uno de los protagonistas del recorrido histórico en el que nos sumergió a un buen número de vecinos el presidente de la Asociación Histórico-Cultural Cierzo, Javier Calvo, de la mano de la Concejalía de Urbanismo. Este historiador de Las Rozas insiste desde 2012 en dar a conocer a los roceños la historia del pueblo dónde han crecido unos; y han decidido residir otros. Gracias a Javier Calvo pudimos conocer más y mejor el pasado urbano de Las Rozas, aún en la memoria de muchos, a pesar de que poco o nada queda en pie.

Un pasado para contarlo
Sin embargo, de Las Rozas hay mucho que contar y mostrar, y múltiples formas de hacerlo, sin perjuicio del interés por lo que ya no está donde podría estar, bien sea de forma pétrea o humana. Lo importante es que nuestro pueblo no pierda su identidad, su pasado, evitando convertirnos en una ciudad sin alma ni memoria. Lo imprescindible es que preservemos el poco patrimonio que nos queda en pie dándole una nueva vida, un nuevo uso para evitar que solo quede en el recuerdo, desempolvar viejas historias aún vivas en la memoria de los roceños. El pasado de Las Rozas ha de ser narrado, mostrado y protegido. Y créame, doña Cigüeña María, cada vez más vecinos muestran interés en que sea así, pues son ya muchos quienes leen de manera entusiasta estas crónicas suyas y mías, y no pocos quienes se apuntan a esos recorridos que organiza Javier Calvo.
No sé, doña Cigüeña María, si nos vio a los pies de su campanario. He de confesarle que estuvimos a punto de darle los buenos días, pues se nos ofreció la oportunidad de subir a su morada. Lástima que a última hora el párroco no encontrara las llaves que abren su ‘hogar’. ¡Otra vez será y allí nos saludaremos! Aquel pequeño e insignificante contratiempo, pues no estaba dentro de los planes iniciales del recorrido por el origen urbano de Las Rozas, no menoscabó una mañana de disfrute para quienes gustamos de conocer los inicios de la Historia de nuestra localidad.

Inicios inciertos
¿Cuándo comenzaron los primeros asentamientos en lo que hoy es el término municipal de Las Rozas? Pues según Javier Calvo, “no se sabe” con certeza. Bien podría ser durante el Bajo Imperio Romano, alrededor del sigo III; bien durante la Alta Edad Media, en época visigoda… Lo que sí nos contó Javier fue que el nombre de Las Rozas aparece por primera vez en un documento del primer tercio de la Baja Edad Media (1312). A través de fotografías y mapas, fuimos apreciando cómo las primeras casas y mesones de Las Rozas se fueron encajonando entre dos vías de comunicación, dos caminos que, con el paso del tiempo, se convertirían en las modernas carreteras de La Coruña y El Escorial.

Barrios históricos
Javier nos mostró cómo el arroyo que discurría por el barranco de la Gavia, partía en dos el llamado barrio de abajo de Las Rozas. Además, dio a conocer a los presentes, a través de mapas, cómo ese barranco y arroyo, que con el paso del tiempo se secó por insalubre, es hoy la actual calle Real. Y habló de topónimos ya desaparecidos como el Cerro del Cascabel y de otros aún presentes, como Pocito de las Nieves. Nos sacó del error de creer que el Barrio de la Suiza tomó su nombre por ser suiza su fundadora. Según su relato, doña Elena Ibáñez, que así se llamaba la propietaria de las humildes casas de alquiler de aquel barrio situado en lo alto del pueblo, no era suiza sino muy española, siendo oriundo de aquel país alpino, su señor esposo.

Nos habló de los barrios primigenios de Las Rozas, el Alto y el Bajo, La Solana, el barrio o Colonia de Santa Ana… Nos contó cómo a principios de los años veinte, con el auge del ferrocarril y la proximidad de la estación clasificadora de Las Matas, comenzaron a levantarse chalets de veraneantes en La Marazuela y cómo, a diferencia de otros pueblos, este enclave urbano no tuvo el desarrollo que sí se dio en municipios vecinos como Torrelodones.
Regiones Devastadas
Pero si hubo un barrio del que se contó y se mostró su historia es el de Regiones Devastadas. Un barrio construido, como ya saben nuestros lectores, tras la Guerra Civil por el Ministerio de la Gobernación para la subsistencia de aquellos roceños que, tras el final de la contienda, vieron cómo sus hogares quedaron completamente en ruinas. Hoy, de aquel barrio apenas quedan ejemplos en pie que nos hagan percibir su esencia.


Lugares rescatados de la memoria
No conocí el convento franciscano que se alzaba en lo alto de la cuesta de San Francisco y por el cual dicha cuesta recibió su nombre. Pero sí conocí el edificio que posteriormente albergó a la institución religiosa de Las Javerianas y su mítica tapia. Sí conocí, como otros muchos que ahora leen estas líneas, las escuelas aledañas a la Iglesia de San Miguel; el edificio de la Sección Femenina donde hoy se encuentra el colegio Siglo XXI; los edificios aledaños a la calle Real donde se ubicaba el negocio de don Lorenzo, ‘El Paste’, la carnicería, la pescadería o La Taurina (mítico y único bar durante mucho tiempo del barrio de abajo de Las Rozas, hoy ocupado por el Banco Santander).
Sí conocí varias fuentes a través de las cuales llegaba el agua a Las Rozas; conocí el pilón ubicado en el centro de la Plaza del Ayuntamiento, así como el situado al final y en medio de la calle Real, cuando ésta contaba con un bulevar central y por la que circulaban los coches a ambos lados; conocí el antiguo y único cine ubicado en la plaza del Ayuntamiento. No lo vi funcionar como tal, pero sí llegué a tiempo para imaginarme cómo era allá por la década de los cincuenta y sesenta; conocí y pude disfrutar de El Baile, gracias a las obras de teatro que representaban allí el Club Las Rozas 70, en cuyo solar se alza el Centro de Mayores de la calle Real.
Y por supuesto, sí conocí el barrio de Regiones tal y como se levantó en los primeros años de posguerra. En él vivieron mis abuelos y nació mi madre. En él mi infancia daba alas a mi imaginación entre sus calles de tierra. Aquel corral y aquellas diminutas habitaciones, aquella cocina con su fresquera y aquel baño sin ducha permanecerán siempre en mi memoria y en la de tantos roceños. Hoy, apenas quedan media docena de casas de Regiones Devastadas. La esencia de aquel barrio se perdió para siempre.

Interés por proteger el patrimonio
El patrimonio cultural, según la UNESCO, abarca no sólo lo material, sino también lo natural e inmaterial. Es un vehículo importante para la transmisión de experiencias, aptitudes y conocimientos entre las generaciones, siendo fuente de inspiración para la creatividad y la innovación. El patrimonio cultural enriquece el capital social conformando un sentido de pertenencia, individual y colectivo, que ayuda a mantener la cohesión social y territorial.
Por patrimonio entendemos desde monumentos a grupos de construcciones, aisladas o reunidas, obras arquitectónicas o lugares naturales, usos, representaciones, conocimientos, objetos, tradiciones, expresiones orales, usos sociales, actos festivos, técnicas artesanales… que reconocemos como parte integrante de nuestro patrimonio cultural. En definitiva, todo aquello que tenga un valor excepcional desde el punto de vista de la historia, la estética, lo etnológico o lo antropológico.
Usted, doña Cigüeña María, forma parte de ese Patrimonio Cultural de Las Rozas. No fui testigo de su llegada a mi pueblo, pero sí de la preservación de su memoria, dando su peculiar seña de identidad a un municipio del que aún queda algo de patrimonio que proteger, sobre todo el inmaterial y natural. Pongamos interés en hacerlo.