Por José Antonio Sánchez

Salimos a ganar, como siempre. Pero esta vez, especialmente motivados porque el rival era el pueblo vecino, diez veces más grande que el nuestro, y el orgullo de los pequeños sobresalía en ocasiones como esas.

La rivalidad entre Las Rozas y Las Matas era más que evidente.

Jugábamos en su campo el trofeo de las fiestas, y con un público local que nos intimidaba con sus gritos y aspavientos cada vez que nos acercábamos a la banda. Era septiembre y la tarde se había quedado espléndida para jugar al fútbol.

Jóvenes de Las Rozas y Las Matas. Año 1942 (Foto Pablo Rubio Sánchez)


Ellos lucían su equipamiento habitual de camiseta azul y pantalón blanco. Nosotros vestíamos completamente de blanco. En estos campos no había vestuarios. Nos cambiábamos entre los coches y, especialmente, en la furgoneta del presidente con la que a diario hacía el reparto de su tienda de ultramarinos, y que los días de partido ponía a nuestra disposición.

El campo estaba situado en las afueras del pueblo, donde había que llegar en coche, y hasta allí se habían desplazado más de un centenar de vehículos, en su mayoría locales.
En el equipo de los mayores yo no tenía muchas oportunidades de jugar pero en esta ocasión estaba entre ellos, con mi número tres a la espalda y mis nervios repartidos por todo el cuerpo, a la espera del pitido inicial. Yo no era un jugador de calidad aunque suplía esta carencia con una zurda rápida y con marcajes de gran tesón.

Equipo de fútbol de Las Matas, tras ganar el Campeonato de la Sierra en 1968.


El entrenador me había dicho que me esforzara en cubrir al extremo derecho contrario, que estuviera muy atento a sus regates y que si pasaba él, que no pasara el balón. Como yo era un chico bien mandado me esforcé en que ésto fuera así a lo largo y ancho del campo hasta el pitido final.


Mi contrario era un jugador hábil y rápido, pero le dí mucha caña, incluso rayando la dureza por mi parte. Es verdad que perdimos por la mínima, pero él no tuvo ocasión de marcar en todo el partido.


Por qué me dió esa patada en el culo es fácil de adivinar, pero no quise admitirlo y ello nos llevó a un enganchón particular y a un rifirrafe colectivo que puso el broche dorado a un clásico partido de gran rivalidad entre pueblos vecinos.

Aquella noche me acosté dolorido, pero encantado de haberme conocido.

Meet Las Rozas