En uno de los talleres en los que hablamos sobre el duelo, pregunté a cada participante si había vivido alguno a lo largo de su vida. Todos contestaron afirmativamente. A continuación, pregunté si alguno había disfrutado del proceso o por el contrario había supuesto un trance de sufrimiento y agotamiento mental. Por desgracia, la respuesta también fue unánime.
La muerte es universal, pero no así las creencias o conductas que llevamos a cabo. Los avances científicos y una visión idealizada de nuestra vida nos evitan cualquier acercamiento al dolor o al lance de la muerte, dando por hecho que seremos velados, enterrados y rezados. Sin embargo, cada cultura tiene sus propios rituales que van desde beber vino de palma o sacrificar animales hasta bailes o misas y responsos. Los hinduistas, por ejemplo, desean que su muerte sea en la ciudad de Varanasi para liberarse del ciclo de reencarnaciones y entrar directamente en el Nirvana. Esta serie de rituales nos permite poner un cierto orden al caos emocional que vivimos en esos momentos independientemente de nuestra cultura.
Definimos el duelo como un proceso psicológico tras la pérdida, ausencia o muerte de un ser querido (aunque también cambiar de trabajo o una mudanza puedan ser procesos de duelo). Existen numerosas clases de pérdida (un divorcio, cosas materiales o la propia etapa evolutiva) así como modelos de duelo (anticipado, sin resolver, distorsionado…). Para bien o para mal, no tenemos un proceso igual a otro. Tanto la sintomatología como el tiempo dependerán de cada persona y su contexto. Elaborado de una manera concreta, puede mejorar nuestras capacidades futuras a pesar de que en los momentos iniciales afecta a todas las áreas de nuestra vida. Viktor Frankl, después de su paso por el campo de concentración afirmaba que el hombre que se levanta es aún más fuerte que el que no ha caído. Afortunadamente, la mayoría de las personas no se quiebra por completo ante las experiencias traumáticas. De hecho, la resiliencia es una norma más que una excepción (Bonanno, 2004). El poeta inglés William Cowper afirmaba que el duelo en sí mismo es una medicina.

Entonces, de qué se trata, ¿de superar o de aceptar? Algo tenemos claro: la muerte forma parte de la vida de todos porque es algo natural. Sirva como ejemplo filosófico el término Dukkha proveniente del budismo en el que se da por hecho la insatisfacción en este mundo. Por muy natural que sea, no es un proceso que nos agrade nunca.
Aunque dependa de cada persona y su contexto, conocemos una serie de fases que se dan en la mayoría de las ocasiones en la cultura occidental. Antes de poder describirlas, conviene conocer y valorar una serie de aspectos a los que se presta menos importancia y, sin embargo, son fundamentales para transitar por nuestro duelo:
- Normalmente no estamos preparados por mucho que lo “veamos venir” y menos en una pandemia. No tenemos normalizado el concepto de muerte.
- No todo el mundo pasa por las mismas fases ni al mismo tiempo ni con la misma intensidad. Cada uno pasa por las distintas fases como y cuando puede. De hecho, no se trata de un avance lineal que siga una curva definida. Existen retrocesos, saltos de fases … El dibujo correspondería más con un garabato que con la clásica “U”.
- Las manifestaciones sintomáticas son de lo más diverso y son completamente normales en el corto plazo.
- El duelo se convierte en patológico cuando pasado un tiempo, la persona sigue presentando una serie de síntomas provocando un enorme malestar subjetivo que impide llevar a cabo una vida plena.
Ahora, podemos esbozar un esquema de las fases estándar:
- Negación: es una manera de adaptarnos a la pérdida. La persona no acepta la realidad como parte de los mecanismos de defensa que tenemos. No queremos vivir lo que estamos viviendo.
- Ira: aparece una gran rabia y un resentimiento mientras buscamos culpables o causas. Nos frustramos al darnos cuenta de la irreversibilidad del acontecimiento e incluso proyectamos a lo largo y ancho de nuestro ambiente.
- Negociación: aparece en forma de fantasía, como una posibilidad de revertir el proceso (qué hubiera pasado si …)
- Etapa depresiva: aparece la tristeza profunda y una enorme sensación de vacío. Carecemos de incentivos y tenemos tendencia al aislamiento. A pesar del nombre, no es ningún trastorno; sencillamente, estamos profundamente tristes.
- Aceptación: aprendemos a cohabitar con el dolor emocional. Comenzamos poco a poco a recuperar la capacidad de sentir placer.

Una vez tenemos claras las fases de un duelo, existen una serie de herramientas y tareas que nos pueden resultar de ayuda en momentos tan difíciles:
- Expresar los sentimientos. Hablar con normalidad de la muerte (aunque actualmente sigue siendo un tema tabú).
- Aceptar nuestros sentimientos. Si nos sentimos mal en los momentos posteriores, es porque estamos bien. No debemos minimizar ni tapar nuestra emoción.
- Podemos llevar a cabo una serie de rituales si nos sirve de ayuda (Lamm, 1969; Herman et al., 1987)
- Reforzar las relaciones sociales aumenta nuestro sentido de pertenencia y conexión.