Permítame, doña Cigüeña María, que hoy les cuente a mis vecinos de Las Rozas una historia de burros. Dicen que la toponimia es reflejo de la Historia. Y la Historia de Las Rozas cuenta con un topónimo muy particular. En nuestro pueblo existió, hasta finales de la década de los ochenta, un nombre de un lugar que permanece todavía en la memoria colectiva de todos los que siendo niños, nos atrevimos a escalar o bajar la Cuesta de Mataborricos subidos a una bicicleta o simplemente dejándonos las piernas en el intento.


Un topónimo al que le sobra explicación
Pasamos nuestra vida rodeados de lugares que tienen un nombre. El lugar donde nacemos, donde crecemos, donde vivimos… El origen de un topónimo – nombre propio de lugar- puede hacer referencia a infinidad de cosas, pero en muchas ocasiones proceden de alguna característica muy particular del sitio al que nombran, incluido un accidente geográfico, un animal, o penosos sucesos sufridos con demasiada asiduidad por aquel animal. No hará falta que les aclare a mis vecinos de Las Rozas por qué la Cuesta de Mataborricos se llamaba así, mucho antes de que aquella imponente y empinada cuesta en los confines del pueblo, fuera convertida en una suave pendiente rebautizada con el nombre de Avenida de Nuestra Señora del Retamar, ahora en el mismo centro del municipio.
Cuando Las Rozas era un pueblo donde la labranza constituía una de sus principales actividades económicas, existían unas huertas cerca de la Dehesa de Navalcarbón – hoy parte de Európolis – a las que solo se podía acceder yendo con burro desde la carretera de El Escorial o por aquella cuesta. Cuentan nuestros abuelos que muchos de los burros que se asomaban a aquella pendiente perdían su condición de borricos, sabedores quizás, de que otros antes que ellos ya habían pecado de asnos lo suficiente intentando bajarla. Otros, al mirar hacia arriba desde la actual rotonda del SAMER o la calle Rufino Lázaro, ya sabían que coronar aquella ‘vertical’ cuesta les costaría varios intentos fallidos.


En bicicleta a Mataborricos
No solo aquellos vecinos, a lomo de sus burros, vivían toda una aventura en aquel camino de tierra que unía la Dehesa de Navalcarbón con Las Rozas. Me cuentan que ni incluso los dos caballos de aquellos ya míticos coches Citroën de la época salían indemnes. Cuando conseguían coronarla, si no llevaban suficiente velocidad, se iban para atrás. También era toda una hazaña subir Mataborricos con dos piernas, ¡cuántos de quienes lo intentaron saben que en más de una ocasión fue necesario apoyarse con las manos!
Aquel camino de tierra y su histórica Cuesta de Mataborricos, era el lugar perfecto para el divertimento de los chavales de Las Rozas. Todos aquellos que disfrutaron de su infancia en este pueblo lo saben. Dudo que exista un solo niño que no hiciera, junto a su pandilla, una excursión en bicicleta a Mataborricos. El juego consistía en llegar a la carrera desde el pueblo por aquel camino polvoriento – y ya les digo a mis vecinos actuales que parecía que te ibas a la Conchinchina – para luego apostar quién era primero, el más atrevido en bajarla, y segundo, quién conseguiría hacerlo sin frenos y sin despeñarse. Huelga decir que más de uno regresaba a casa con varias heridas que delataban a sus enfadados padres el haber ido hasta Mataborricos, pues hacerlo suponía alejarte demasiado de casa.

En memoria de una cuesta con mucha Historia
Sepa, doña Cigüeña María, que aquella cuesta de Mataborricos se hizo tan famosa que, pasados los años, dio nombre a un equipo de fútbol creado por jóvenes que trabajaban en el Ayuntamiento de Las Rozas. Jesús Benito, José Luis Cruza, Javier Arroyo, Nicolás Santa Fe y Tomás Aparicio, entre otros, no se lo pensaron dos veces. No había mejor nombre para su equipo que el de Mataborricos, pues formaba parte del camino que recorrían hasta llegar a los campos de fútbol de tierra donde jugaban, ubicados en la Dehesa de Navalcarbón.
Bien sabe usted, doña Cigüeña María, que todos los roceños tenemos una historia en Mataborricos, pues esta Cuesta forma parte de nuestras vidas. Desconozco el motivo por el cual, llegado su momento, se prefirió hacer desaparecer de la memoria de Las Rozas este topónimo. De haberse celebrado una consulta popular, estoy casi convencida de que una inmensa mayoría de vecinos de Las Rozas habría rebautizado a aquel camino, ahora ya sí, suavemente acondicionado para el tránsito de vehículos y bicicletas, como Avenida de Mataborricos. Que nos disculpe la Virgen.