Permítame, doña Cigüeña María, que de nuevo haga uso de su pico y su palabra para contar a los roceños una de esas historias de Las Rozas que aún andan en mi memoria y en la de otros muchos vecinos.

La memoria juega a veces buenas pasadas. Si escarbas en ella, la infancia brota en todas direcciones. Una de esas direcciones me llevó el otro día hasta los restos de un restaurante ubicado en la zona que todos conocemos como Residencial Coruña 21. Un lugar a pocos kilómetros del centro del pueblo al que acudía en mi infancia, donde las distancias se agrandan hasta el infinito y donde los años pasan aletargados. 

Restos de la puerta de La Casa Gallega

De veraneo en Las Rozas

Se llamaba Casa Gallega y hasta allí iba de excursión culinaria con mi familia para deleitar mi paladar con viandas que mi memoria no recuerda, pero que a ustedes no les será difícil adivinar. Aquella excursión que realizaba en invierno, porque en verano tocaba hacerla a la terraza del restaurante Casa Calleja – no muy lejos del Residencial Coruña 21-, mi memoria la retiene como un largo viaje desde la calle Real, en el centro del pueblo, donde viví mi infancia. Largo también se les haría el viaje a aquellos primeros veraneantes que, en la década de los sesenta, al volante quizás de un 600, subían cargados de maletas desde Madrid.

Tocaba huir del tórrido verano de la capital para pasar las vacaciones estivales en la Sierra, y Las Rozas fue uno de los pueblos elegidos por un gran número de veraneantes. Por aquel entonces los madrileños comenzaron a construirse su segunda residencia en nuestro pueblo, y muchos de ellos lo hicieron en las fincas que había en la Cruz Verde y en Coruña 21. Unos levantaron chalés, otros solo piscinas. Los primeros disfrutaban de las noches roceñas, los segundos debían desandar lo andado al ocaso. Aunque seguro que se quedarían para disfrutar de las extraordinarias puestas de sol que desde su ubicación se ven a diario.

Restos de edificaciones de lo que fueron fincas de veraneo

Grandes fincas, grandes recuerdos

Las Rozas, por aquel entonces, los años ‘yeyés’, era un pequeño pueblo con “calles de tierra, ovejas pastando por las inmediaciones del Ayuntamiento y los lecheros transportando las cántaras de leche en sus borriquillos para servirla a sus clientes a la puerta de las casas”, como nos cuenta José Ramón Sánchez Domingo en sus Apuntes sobre la historia de Las Rozas. El agua “seguía siendo un mal endémico en el pueblo y en muchos casos los vecinos tenían que abastecerse de las fuentes públicas”. En las casas de los veraneantes de Coruña 21 y Cruz Verde paliaban la situación con pozos, unos pozos que junto a los restos de piscinas y diversas edificaciones aún perduran en unas fincas que bien conservan aún su vallado original, o el paso del tiempo y el abandono las ha abierto de par en par. Casi sesenta años después sus restos son aún visibles para todo aquel que recorra las calles del Residencial Coruña 21.

Aquel aumento de veraneantes que experimentó el pueblo, y que se diseminaron por Coruña 21 y otras zonas de Las Rozas, provocó que muchos roceños dejaran la labranza y se dedicaran al sector servicios. Vecinos y foráneos se retroalimentaron en una conjunción perfecta para el desarrollo del pueblo. Los veraneantes pasaban más tiempo en Las Rozas y no pocos convirtieron su segunda residencia en primera.

Calle de tierra en el Residencial Coruña 21.
Acceso al Residencial Coruña 21 desde la vía de servicio de la A6.

Coruña 21, un recuerdo aún muy vivo

Hoy usted, Cigüeña María, revolotea por encima del recuerdo de aquellas fincas abandonadas a su suerte. Pero también lo hace por encima de La Curra, Las Farolas o se posa en los magníficos y altos ejemplares de pinos de la Casuca del Madroño, ejemplos de las viviendas que aún perduran y se siguen construyendo en Coruña 21, urbanización que sesenta años después ha modificado su aspecto. Su paisaje ya no es el mismo, ni mejor ni peor, distinto. Aún perduran sus magníficas vistas, las de la Sierra, esta vez sí. Pasear entre sus calles ya no se hace costoso, aunque aún haya alguna que continúe siendo de tierra. Y tampoco necesitamos una linterna como antaño para alumbrarnos. Las luminarias LED llegaron hace un par de años para quedarse como lo hicieran en el pasado sus vecinos.

Desde Coruña 21 vislumbramos la Sierra y distinguimos los siete picos del ‘Dragón’. No queda lejos, no tanto como quedaba la Casa Gallega a ojos y percepción de una niña pequeña. Aquella niña ahora abre su ventana y su memoria a escasos pasos donde acontecieron los hechos aquí narrados.  

Meet Las Rozas