Permítame, doña Cigüeña María, que hoy le ceda su pico y su palabra a Javier Quero. Se preguntará el porqué de tal licencia. Pero si le digo que pretendemos recordar la figura de Carmen Abascal, entenderá que sea él, mejor que nadie, quien nos acerque a una de esas personas que ocuparán para siempre un lugar destacado en la memoria de todos los roceños, y de los mateños en particular. Desde este punto, le cedemos la palabra a don Javier:
Evocar a Carmen Abascal es aflorar una sonrisa en los labios. Ella tenía, y tiene, esa asombrosa capacidad reservada a unos pocos privilegiados. Su desparpajo, su gracia innata, su hablar castizo y su gestualidad incontenible acompañaban su figura menuda de mujer poderosa. Era incontenible e hiperactiva y eso le llevó a presidir la asociación de mujeres Las Matas y el madroño, nombre con guiño a su Madrid del alma del que estaba enamorada y del que salió para instalarse junto a su marido, ferroviario, en el barrio que este gremio tenía en Las Matas. Podría decirse que siempre fue una chulapa en Las Matas.
Me acabo de enterar de que el Ayuntamiento de Las Rozas le ha rendido un homenaje. Ignoro en qué ha consistido y de haberlo sabido me habría sumado sin dudarlo. Como cuando me llamaba con cualquier idea peregrina en la cabeza. Era imposible decirle que no. Especialmente si se trataba de una función de teatro que ella misma escribía, dirigía y protagonizaba, acompañada de un buen número de incondicionales, mujeres de Las Matas como ella y entusiastas compañeras en su fuerza y en sus ganas de exprimir cada minuto de la vida al máximo.
Carmen era, lo primero, madre, pero también amiga, dinamizadora social (sin saberlo) y vitalista empedernida de las que ayudaba a todo el que podía. Pionera del asociacionismo en el municipio. Y fue mi abuela. No podré olvidar su gentileza al interpretar ese papel en la emisora municipal RKR una vez por semana, adonde acudía para contarnos algunas de sus mil anécdotas tronchantes. Con Carmen te partías de risa siempre, no solo por las cosas insólitas que le ocurrían, sino por esa gracia natural con las que te las contaba. Incluso cuando venían mal dadas. Te acompañaba en las alegrías y en las penas. Y aunque no era de dar consejos abiertamente, su sabiduría humana te daba claves a través de vivencias propias.
Se fue al contrario de como vivió, sin hacer ruido. Y ahora que le han hecho un homenaje, me la imagino riéndose y mirándonos desde allí arriba con sorna, agradecida pero al mismo tiempo lanzando alguna de las suyas en plan: “los homenajes en vida, que a burro muerto cebada al rabo”.
Inolvidable Carmen, doy gracias a la vida por haberte conocido y por los buenos ratos que compartimos. Fuiste un regalo para quienes te tratamos. Te echo mucho de menos. Añoro esa llamada y esa voz inconfundible al otro lado del teléfono con la que me hacías partícipe de tus ocurrencias. Y echo en falta más gente como tú, valiente, tenaz, inquieta, solidaria, auténtica, irremplazable. Creo que el mejor homenaje que podemos hacerte es seguir tu ejemplo.
