A lo largo de los últimos años, y con pandemias y calores extremos, cada uno de nosotros es perfectamente capaz de imaginarse el fin del mundo. Pero, casi nadie es capaz de imaginarse un orden social distinto. Parece atinado recordar el eslogan político de Margaret Thatcher: no hay alternativa (refiriéndose al modelo económico liberal como algo beneficioso y el potencial fracaso de cualquier otra orientación).
Desde sus comienzos, el neoliberalismo (y sobre todo, los liberales) ha dependido en secreto del Estado, no pudiendo funcionar sin algo ajeno que colonizar por cada resquicio. El teórico social David Harvey aseguraba que se mantiene la lucha de clases, pero que, únicamente, en el lado de los ricos.
Un informe de la OCDE (Income support for working-age individuals and their families) refleja cómo el 20% de la población en edad de trabajar con las rentas más altas, recibió más del 30% de las transferencias públicas; mientras que el 20% con los ingresos más bajos, únicamente el 12%. Algo así como el 20% más rico se lleva el triple de ayudas que el 20% más pobre. Desde la otra parte, suele proponerse como explicación el porcentaje impositivo que pagan unos y otros.
Ayudas sociales en EEUU
En su ensayo La automatización de la desigualdad, la politóloga Virginia Eubanks hace un exhaustivo análisis de las ayudas sociales en Estados Unidos. A partir de aquí, es posible extrapolar numerosas conclusiones a la situación que estamos viviendo estos días con las ayudas sociales solicitadas por políticos millonarios.
En estos momentos, la rabia por la explotación que sentimos, se redirige. En su momento, Marx proponía como clave de la liberad el redireccionamiento en las relaciones sociales hacia una red apolítica, creando espacios libres del poder estatal. Los políticos consiguen que sea imposible sin consumir. Al asesorar a la CIA sobre cómo reventar el gobierno democrático de Salvador Allende, Kissinger proponía “hagan que la economía grite”. También lo propuso el exsecretario de Estado de Estados Unidos, Lawrence Eagleburger, en su estrategia frente a Venezuela: “intentemos empeorar todo lo posible su economía”.
Hace menos tiempo del que pensamos, sirvan los ejemplos anteriores a modo de anécdotas, la mayoría de las decisiones que daban forma a nuestra vida eran tomadas por seres humanos. Actualmente, se ha cedido buena parte de la actividad a las máquinas, sosteniendo que de esta forma se optimizan los procesos y se ejecutan presupuestos de una forma más eficiente.

Control de acceso a los recursos
Cuando los millonarios solicitan ayudas económicas, lo que realmente subyace a supuestos errores técnicos o de legislación. Es un control de acceso a los recursos y un mantenimiento de rentas y patrimonio. La revista Science (Dereck Brown et al.,2022) publicó un estudio, del que ya nos hicimos eco en Meet Las Rozas, en el que se muestra cómo las personas que pertenecen a grupos privilegiados perciben que las políticas de igualdad son perjudiciales para sus intereses. Cuando ganaban todas las partes se sentían aún peor.
Dejemos a los ricos con sus cosas de ricos. Las personas que realmente necesitan ese tipo de ayudas se encuentran completamente perdidas ante los laberintos burocráticos y la falta de experiencia y recursos (la digitalización disuade a los pobres del acceso a este tipo de ayudas). Conozco pocas cosas más complejas y odiosas que obtener certificados digitales, claves etc.
Mecanismo de clasificación social
A quienes de verdad necesitan las ayudas, se les pide un sinfín de papeleo y, ante la duda, la persona se convierte en sospechosa de querer aprovecharse de un derecho (se deniega de inicio o retrasa en el mejor de los casos). Al ser gestionado por máquinas, éstas se mueven (convenientemente programadas) en torno a la inseguridad del contexto económico; y, por qué no decirlo, con cierta aporofobia.
A partir de este señalamiento inicial “eres pobre”, las ayudas sociales toman forma de caridad, desalentando y discriminando a las personas (señalando su vulnerabilidad). De esta forma, se crea un perfil determinado de persona sin recursos, avivándose la aparición de estereotipos y discursos del miedo (las paguitas). La vigilancia (hace poco mencionamos la parte de la IA y el control de las cámaras) no es sólo un medio de observación y rastreo; sino también un mecanismo de clasificación social, asignando distintas intervenciones (Oscar Gandy, The Panoptic Sort, 1993).
Finalmente, en otras ocasiones, junto a los algoritmos, aparecen trabajadores relegados a posiciones de sobrecarga que les impide tomar perspectiva o decisiones. Trabajadores que quedan esclavizados por un sistema de tareas automáticas. No creo que haya un solo expediente que sea revisado desde el principio hasta el final por la misma persona. Como es habitual en estos casos, ambos actores culpan a factores externos y fuerzas ajenas a su control la demora o denegación de ayudas o atenciones.
Mientras, las personas albergan una esperanza cada vez más difuminada de ser tenidas en cuenta. No es casualidad el modelo de entrega de ayudas. Son mecanismos de acceso a recursos y de control social.